La isla de El Hierro entra en estado de alerta. Los pueblos cercanos a un fiero volcán están siendo evacuados y comienza a cundir el pánico entre una población poco acostumbrada a los sobresaltos. “Hace unos años se estropeó nuestro semáforo y casi provoca un accidente” comenta Lolina, una de las señoras más viejas de la isla, mientras no quita ojo ni por un segundo al afamado volcán. Los niños, por otra parte, se frotan las manos y también miran al gigante dormido con ilusión: saben que unos cuantos litros de lava acabarían con las clases por un buen periodo de tiempo.
Cabe reflexionar, por tanto, sobre los pros y contras que podría tener una erupción volcánica en la isla. Porque sí, podría ser peligrosa, pero qué me dicen del futuro. Demos un salto en el tiempo e imaginémonos que estamos en el año 2081. Un niño del futuro vestido con ropa del futuro mantiene este diálogo con su abuelo del futuro:
– Papá, papá, ¿Qué fue lo más ManelFuentes* que hiciste en tu vida?
– Comer quesadillas, chilindrín*.
Ahora imaginemos este mismo diálogo en un mundo futuro en el que el volcán habría desatado toda su furia:
– Papá, papá, ¿Qué fue lo más ManelFuentes* que hiciste en tu vida?
– Salvé la vida de 231 personas y ayudé a reconstruir toda la isla después del desastre. Es la experiencia más reconfortante de toda mi vida. Y gracias a eso estás tú aquí, porque ahí fue donde conocí a tu Teté*. (permítanme la paradoja temporal respecto al primer diálogo)
Es obvio que en el ejemplo A se ha vivido una vida tranquila, sin sobresaltos. Ninguna catástrofe ha acabado con la vida de miles de personas de un plumazo. Probablemente fue pasando el tiempo mientras unos enfermaron, algunos procrearon y otros murieron por causas naturales. Nada destacable.
Pero qué me dicen del ejemplo B. Decía Albert Pla en la maravillosa canción La dejo o no la dejo al respecto de una novia terrorista: “Lo prefiero, lo consiento antes de que su pasatiempo sea coleccionar sellos”. Se trata de escapar de la vulgaridad y vivir unos cuantos años en los que puedas sentirte realizado como persona. ¿Qué muere gente? Es posible, pero ni lo puedes evitar ni es tu culpa. Es como el joven que esté siendo apuñalado en estos instantes en un bar de Tailandia. O el niño somalí que no ha podido encontrar una salida a sus problemas de inanición. Es obvio que si pudiéramos evitarlo lo haríamos, y no por eso dejamos de valorar la labor de los voluntarios que acuden regularmente a ayudar. Héroes que se sienten orgullosos y realizados como persona por ayudar en una labor humanitaria.
Pero no quiero pecar de partidista y voy a intentar ver las cosas desde otro prisma. Me imagino ahora sentado en el salón de mi casa, con una tostada con mermelada de fresa en una mano y el mando a distancia en la otra. De repente, al cambiar de canal, un informativo me avisa de la catástrofe. Miro por la ventana y ya es demasiado tarde. La nube tóxica ha tocado a mi puerta y a mi vida le quedan tan solo unos instantes. Lo que siento en esos últimos segundos de vida es también orgullo. No solo porque mi foto vaya a salir en muchos noticieros y mi nombre en una lista interminable de cadáveres, sino más bien por poder presumir de forma de morir. Y es que es un hecho que todos vamos a fenecer, así que por qué ser mediocres y morir atropellados por un coche o tras sufrir una enfermedad común cuando puedes ser devorado por toda una catástrofe histórica.
Sin embargo hay otro desastre, también relacionado con cierta actividad volcánica, del que nadie se ha ocupado como es debido y que se trata de un atentado a la diversión y de toda una apología a la pereza. Me estoy refiriendo a El árbol de la vida, de Terrence Malick. Cada vez que leo una crítica al respecto o que cualquier amigo me comenta algo de la película sufro unas irrefrenables ganas de echarme una siesta. Sea a la hora que sea. Y ese oscuro propósito que persigue la obra de Malick es, en cierto sentido, mucho más grave que la muerte de miles de personas de la que nadie es responsable.
*En el futuro será habitual el uso del término ManelFuentes, procedente del humorista catalán homónimo aunque con un espacio entre nombre y apellidos.
* Asimismo, un sorprendente éxito de El Chavo de Ocho durante la década de 2060 aupará al personaje que interpretaba María Antonieta de las Nieves a convertirse en un vocablo de lo más habitual.
* Natalia Sánchez, que saltó a la fama gracias a su papel de Teté en Los Serrano, se convertirá en una de las mujeres más queridas del panorama nacional. Tanto es así que el nombre de su personaje se usará como sinónimo de abuela.
¡Cuánto poder destructivo atesoran esas pequeñas islas! Otro ejemplo: La Palma, que cuando se desprenda de su trozo noroeste producirá un tsunami que arrasará por completo la costa este norteamericana… No se rían, es seguro que ocurrirá en algún momento de los próximos 100.000 años.