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Toni Junyent La paz mundial

Toni Junyent (Igualada, Barcelona, 1983), si más no, logró licenciarse en Periodismo al mismo tiempo que iba envenenando su alma con cine raro. Lo único que hemos visto de él hasta el momento son sus colaboraciones como articulista en lugares como Contrapicado, Miradas de Cine o H Magazine. Toni es uno de los responsables del legendario cortometraje 'Avui Follem', obra que marcó a una generación. Interpretó tres papeles distintos (que desaparecieron del montaje final) en '¡Maldito Bastardo!', la opera prima de su amigo Javi Camino, con quien volvió a unir fuerzas para gestar ‘Un chico raro’, un corto desviado que nos desvela que, mucho antes de que este blog naciera, Toni quería ser detective privado.

15-M: yo también fui un teenage indignado

“Había de todo, tía. Actividades para niños, mujeres maltratadas, talleres sobre exclusión social, inmigrantes…”. Ya no recuerdo las palabras exactas pero sí el tono, aquella tarde de abril granadina, unos cuantos centilitros de alcohol ya en el cuerpo, el sol ofreciéndose a dorar nuestra piel, aunque la de ella ya lo estaba. No estuve desde el principio de la conversación ni me quedé hasta el final, pero aquél “había de todo, tía”, pronunciado por una mujer intentando acurrucarse junto a otra para encontrar una posición para dormir la siesta, llegó a mis oídos con un entusiasmo muy de parque de atracciones. Como quien recuerda una tarde maravillosa de la infancia. Pensé que, igual que existen los juegos de guerra, también los juegos de paz tienen todo el derecho a existir. Todos hemos sido vaqueros o agentes secretos en misiones especiales. Todos podemos ser héroes revolucionarios o, los más humildes, personas concienciadas. Durante el resto del día no pude desprenderme de cierta extrañeza, no sé si escepticismo o inquietud al recordar a aquella mujer madrileña, su voz perfectamente modulada, con las gotas justas de modorra de sobremesa, hablando de una forma tan evocadora y alegre de cosas como violencia contra mujeres o gente que no tiene donde caerse muerta.


Si no supiéramos que estas cosas ocurren, esta fotografía, un poco retocada y avejentada, pasaría perfectamente por carátula de una película WIP.

15 de mayo. “¿Esto es una manifestación o un macrofestival?”, le pregunté a un matemático de Alicante, mientras avanzábamos a ritmo de batucada por la Avenida de la Constitución de Granada. Olvídense de las largas y penosas procesiones que hasta el momento recibían el nombre de MANIFESTACIÓN. No somos mercancía en manos de políticos y banqueros. En aquél preciso instante estábamos en manos del ritmo. Supongo que cada cuál bailaba a su manera, pero ahora, cuando intento que la memoria me devuelva imágenes, todo me viene como una coreografía de película musical. Mujeres orgullosas y sonrientes, irradiando indignación en todas direcciones, y nosotros, los hombres, tratando de convencernos a nosotros mismos de que ese día las prioridades eran otras. No nos lo ponían fácil los pezones que se marcaban tras las camisetas, ni las caderas que culebreaban y se rozaban las unas con las otras. El 15-M fue una fiesta en la que no hizo falta el alcohol; estábamos ebrios de razones, ebrios del estado de las cosas, ebrios de todo aquello que nos falta para poder pensar, de vez en cuando, que el futuro no es tan negro como lo pintan.

Localicé, entre la gente, a Silvia, una bohemia madrileña a la que había conocido semanas antes en un local nocturno de la ciudad. Bohemia de sombrero y bandolera cruzada entre los pechos, allí donde se guardan los filtros y los preservativos. Una nariz algo prominente que no estropea su carita de pícara con buenas intenciones, el tipo de chica que te responde de forma críptica cuando le preguntas qué hace, y que fue lo suficientemente osada como para intentar bailar conmigo. Aunque no tardó en darse cuenta de mis nefastas aptitudes para la danza y desistió. Estuve hablando un rato con ella pero no encontré el momento para pedirle el teléfono.

“¿Lo estás viendo? ¡Pon la tele, pon la tele! La Plaza Cataluña está llena de gente, con las manos pintadas, flores en el pelo… es una pasada, ¿lo ves? Espera, que te lo pongo… (la chica que habla alza su móvil hacia el cielo para que se pueda oír el ambiente en la plaza) ¿Lo oyes, mamá? Pon la tele, pon la tele y grábalo, que esto será algo que tendremos que enseñar a nuestros hijos…”. Era la tarde del 27 de mayo, de vuelta en Barcelona, aquél viernes en el que el consejero de Interior de la Generalitat, Felip Puig, estaba en el ojo del huracán tras un chapucero intento de desalojar por la fuerza a los acampados en la plaza, esgrimiendo razones de “higiene”. Casi hubo que darle las gracias al conseller, porque, de repente, nos había dado a muchos un nuevo y clamoroso motivo para estar allí. , todo un catalizador de indignación. “Puig, jódete, ahora somos más”, gritó alguien a mi lado, una consigna que hubiera sido perfectamente válida para resumir lo que ocurría. Pero yo había vuelto a colarme en una conversación ajena, y volvía a mí ese sentimiento de lejanía, de incredulidad, el mismo que me sobreviene cada vez que, en una asamblea o en un foro o en un blog sobre el movimiento oigo o leo eso de que estamos haciendo historia, que vamos a salir en los libros… en esos momentos pienso en el alucinado y expansivo tramo final de El lobo estepario de Hesse, cuando Harry Haller, al fin, se entrega a la celebración desenfrenada de la vida y del amor, y descubre que los entonces emergentes ritmos del jazz y el blues que él detesta no pueden ser tan nefastos y carentes de valor si logran que decenas, centenares, miles de personas se sientan parte de un todo. De una curiosa manera, las asambleas proporcionan también momentos de catarsis: si te atreves a salir a la palestra y logras articular un discurso, una idea o un exabrupto contundente, y el público te aplaude o mueve las manos en el aire, te sientes casi como Bono. No será posible salvar el mundo sin poesía. Mientras tanto, en los aledaños del círculo humano que discute y se apasiona, si te das un paseo, podrás asistir al mismo tipo de escenas románticas que a menudo nos distraen en los conciertos. No sé por qué, pero el chico suele ser más alto que la chica, y las caras del uno y del otro están a escasos centímetros, diciéndose cosas en voz baja, mientras él le aparta el pelo de los ojos mientras ella le acaricia la mejilla, si no han superado ya esa fase y sus lenguas se hallan entrelazadas cual presagio de un entrelazamiento mayor. Dicho esto, dejadme decir que me parece mero cliché y una tontería eso de que no conviene beber alcohol o fumarse un porro o tener sexo en las acampadas. Vale que la misión es otra, pero veo perfectamente lógico que, si te estás veinticuatro horas al día en una plaza haciendo asambleas y montando asuntos, te apetezca tomar una cerveza o echar un polvo de vez en cuando.

Algo que me gustó de las asambleas, que no sé si es una práctica habitual en todo tipo de procesos asamblearios, son los abrazos para relajar la tensión. Concretamente, yo lo viví en Granada. El orden del día y los turnos de palabras solían ser largos y, en determinados momentos, alguien cogía el megáfono y decía: “Bueno, gente, como esto va para largo y es normal que haya momentos de tensión, vamos a hacer todos un abrazo colectivo para coger energías”. Y la gente se abrazaba a quien tenía más a mano. Uno de esos HUG TIME me sorprendió una noche que yo merodeaba por ahí, atento a los parlamentos y a las mujeres, e inmediatamente giré 360 grados hasta avistar un grupo de jovenzuelas apiñadas unas entorno a las otras, y me uní a su ceremonia. Fueron apenas unos segundos, y ellas me miraron raro. Cambié de ubicación. Días después, participé en otro abrazo, pero esta vez fue todo más legítimo, ya que estaba con gente que me conocía. Fue bonito, si queréis que os diga la verdad, y no pretendo frivolizar al respecto. Una de las chicas incluso soltó un “oooooh” mientras se abalanzaba sobre nosotros para abarcar a todo el grupo. No sé si la onomatopeya fue irónica, o realmente tuvo un GENUINO MOMENTO DE COMUNIÓN, pero estuvo bien. Claro que todo habría sido mejor de haber estado desnudos. Ahora pienso en los secretas que se infiltran en las acampadas, y creo que, quién sabe, un abrazo sincero por parte de una bella indignada podría hacer que se replantearan algunas cosas.

¿Por qué las fotógrafas tienden a ser atractivas? ¿Por qué la gente fotografía a las fotógrafas?

La última noche que me pasé por la acampada de Granada volví a encontrarme con Silvia, la bohemia madrileña. La misma indumentaria con ligeras variaciones. Le pregunté si estaba durmiendo allí. “Bueno, yo soy más de no dormir”. Le pregunté si participaba en las asambleas. “Soy más de escuchar, e intentar enterarme de qué va todo esto”. Esa respuesta me gustó. Quise pedirle el teléfono, pero se me escapó.

Artur Mas, el 15 de junio: “Se han cruzado todas las líneas rojas”. ¡Aleluya! Hasta el asalto al Parlament, todo lo que habíamos podido escuchar de los políticos al respecto del movimiento de los ‘indignados’ eran las ambigüedades de rigor. Antes de las elecciones, buscaron formas sutiles y elegantes de pedir el voto. Os escuchamos, sí, lo que planteáis es interesante, pero, por cierto, hay elecciones. Si no os importa, ¿nos podríais votar? Después de las elecciones, discursos vacíos de contenido. Hasta que vimos al presidente de la Generalitat y a la presidenta del Parlament llegar en helicóptero a la cámara catalana. Y a Mas decir aquello de que se usaría la fuerza si era necesario. ¡Aleluya! No sé qué opinan ustedes, pero desde que empezó todo esto fue la primera vez que les vimos sudar y asustarse. Y fue, también, un día grande para la hipocresía con mayúsculas. También del despropósito. Matizaré: el bloqueo de un Parlamento, en un contexto de agitación y protestas sociales, me parece una acción de una fuerza simbólica inapelable. Y no sé si legal pero desde luego legítima. Ahora bien, una cosa es plantear un bloqueo, montar algún tipo de barrera alrededor del Parlamento, hacer que los políticos tengan que pasar uno a uno, sentirse observados, señalados, interpelados. Otra muy distinta es convertir eso mismo en un batiburrillo de patio de colegio, perseguir a esos mismos políticos gritando “hijo de puta”, pintarles cruces a la espalda y tratar de robarle el perro lazarillo a un diputado invidente. Es evidente que la cosa se descontroló. No sé exactamente si había un plan concreto, unas recomendaciones o consignas acerca de lo que había que hacer allí, pero salió mal. Y hay que lamentarlo pero asumir también que entraba dentro de lo posible que, de un grupo humano tan numeroso, pudiera surgir un pequeño porcentaje de camorristas. Pero lo que realmente me revolvió el estómago ese día fue el ingenuo conservadurismo que se adueñó de todo el mundo, con la gente dándose prisa en sumarse al trendtopic #aixino (así no) y haciéndole el juego a la clase política que, ese día, respiró aliviada sintiendo que se había avanzado en la deslegitimación del movimiento. Quim Monzó (alguien a quien suelo apreciar) eufórico, diciendo que él ya había avisado semanas antes, en una de sus columnas en La Vanguardia, y Felip Puig sacando pecho, por si acaso había que volver a emplear la violencia. Fue el tiempo de la condescendencia y el perdonavidismo. La masa, la temible gran mayoría, se sintió un poco más tranquila. Bah, esto no va en serio, al fin y al cabo son una pandilla de incontrolados. Que continúe la fiesta. Y sí, sé que el Parlament de Catalunya merece respeto como institución decisoria de este nuestro sistema imperfecto. Pero también lo merecen los ciudadanos al exigir nuevas formas de toma de decisiones, al cuestionar los privilegios de la clase política, al pedir que alguien les dirija la palabra. Y me refiero a dirigirles la palabra, no a soltar una serie de frases por defecto que sirvan para rellenar un texto en la sección de Política de un periódico. Y al presidente de la Generalitat habría que pedirle, por ejemplo, que haga todo cuanto esté en su mano para que se sepa hasta qué punto varios miembros de su partido, Convergència Democràtica de Catalunya, se han beneficiado económicamente del gran banquete que, a nuestra costa, se pegaron durante años Félix Millet y compañía. ¿Les suena, el caso del Palau de la Música? Por citar un caso de corrupción política, uno entre muchos… ¿Dónde está Lester Freamon para seguir el dinero cuando le necesitamos?

Siempre creí que eso de llevar las gafas colgando del cuello con un cordoncito era de niños con problemas de socialización. Hasta que conocí a Lester…

Una de las últimas veces que entré en el blog de la Acampada de Barcelona me encontré con que había programado un taller de métodos anticonceptivos y sexo más seguro. No asistí a dicho evento. Es fácil atacar por ahí. Masajes, yoga, reiki, meditación, jam sessions improvisadas, teatro del oprimido y feministas fetichistas de la gramática. Talleres de cosas. Yo confieso que empezó a interesarme un poco menos cuando cerraron la cocina y ya no daban de comer al populacho. Aunque tenían una biblioteca muy chula y diversa. Y una guardería. En general, como ejercicio de autogestión fue sumamente interesante. Faltó, quizá, una célula dadaísta, que de vez en cuando propusiera cosas desconcertantes. Se ha hecho mucho hincapié en la teórica degeneración de las acampadas, cuando es evidente que algo como una acampada, con las características de las que hemos visto estas últimas semanas, va a atraer a todos tipo de colectivos que respiran aires similares. Gente muy distinta que está de acuerdo en algunas cosas básicas, en una determinada idea del mundo y de como debería ser. Una idea vaga, muy ampla, confusa, pero una idea. Me resisto a etiquetarles, a empezar con las categorías y los subgrupos, según lo que hace cada uno de ellos, sus intereses y aficiones. Lo que a mí me generaba sentimientos encontrados era, básicamente, que la gente que está allí, teorizando y haciendo propuestas para un nuevo amanecer del ser humano, ¿el ser humano 3.0?, son muy pocos comparado con los millones de personas que habitan este país. Uno no podía dejar de sentirse ridículo, en Granada, votando una propuesta que pedía “LA DEROGACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA Y LA CREACIÓN DE UNA NUEVA ASAMBLEA CONSTITUYENTE”. ¿2.000, 3.000 personas, a lo sumo, derogando la Constitución? Suena imponente e incluso emocionante, pero no procede. Pongamos los pies en la tierra. Lo que se vio en las asambleas, al menos a las que asistí, fue a personas tratando de llegar a conclusiones y generar propuestas sobre qué está ocurriendo, en general, y qué se puede hacer para que vivir sea sostenible. Para que el sistema sea más equitativo. Y todas esas palabras y expresiones que suenan a tópico. Luego, entre asamblea y asamblea, alguien debería reconocer que acampar también es divertido, y que a todo ese intento de concienciar, educar y actuar es inevitable que se una toda clase de gente que, con lo caros que están los festivales de verano y la vida en general, decidan irse a Plaza Catalunya a pasar parte de sus vacaciones de este año…

Me encargaron un artículo lúdico y festivo. Y, si no era mucho pedir, algo lúcido. Creo que estoy a punto de fracasar. Tengo una última pregunta. ¿Somos una manada? ¿Hacemos lo que hacemos porque lo hacen otras personas? ¿Necesitamos que nos avisen de las cosas? Recapitularé: hay una gente que se llaman Democracia Real Ya, que, después de prepararlo y pensarlo durante bastantes meses, convocaron para el pasado 15 de mayo, a través de las redes sociales, manifestaciones en las principales ciudades españolas. La convocatoria es un éxito, en general y, por así decirlo, en la resaca de la misma, en la post-fiesta que digamos, otros grupos de personas, que no son DRY, deciden que alargarán la protesta acampando en la plaza del Sol de Madrid. Otras personas, en otras ciudades, hacen lo mismo. Ahora imaginemos que, en los meses previos al 15-M, una oleada de catástrofes sentimentales o deportivas logran deprimir, como si de un dominó infernal se tratara, a toda la cúpula de DRY. En el naufragio intervienen uno o dos psiquiatras. Una tarde deciden que están aburridos, o que no les apetece hacer nada, y suspenden hasta nueva orden la manifestación prevista. Si todo esto hubiera ocurrido, este texto no existiría. ¿Se estaría celebrando ahora un debate del estado de la nación alternativo en Sol si no se hubiera salido a la calle el 15-M? Y, ¿si no hubiera habido 15-M, en qué momento concreto se habría hartado la gente de todo? Pienso que la revolución debe empezar de forma estrictamente individual. Debe empezar por una toma de consciencia. Aquellos que más deben hacerla, la revolución, son todos los que no están en las plazas y en las calles.  Sólo ellos, la masa amorfa de la que se nutre esta maquinaria, pueden decidir cortocircuitar el sistema. Detener el engranaje. Seamos realistas: pidamos lo que es posible. Dejemos de comprar muchísimas cosas que no necesitamos. Dejemos de creer en la infinidad de necesidades que la publicidad ha creado para nosotros. Seamos más austeros. Comamos menos y más sano. Informémonos, en general, antes de comprar o hacer una cosa. Planteémonos dejar de confiar nuestro dinero a los bancos. Planteémonos dejar de confiar nuestra vida a otras personas o instituciones. Seamos menos vagos y hagámonos a la idea de que no vamos a poder ver todas las series buenas que existen. También sería deseable que todos tuviéramos un poco más de sexo. La cantidad semanal recomendada por la Unión Europea, si es que ese organismo ha tenido la deferencia de recomendar una cantidad semanal. Aceptemos que los medios de comunicación tradicionales nos van a dar una construcción, una historia, no LA VERDAD, LOS HECHOS EN SÍ. La verdad está ahí fuera. Y el caos reina, lo dice un zorro en una película de Lars Von Trier. El caos reina, ese zorro tiene toda la razón del mundo. Ved películas y haced cosas que creáis que valgan la pena. Salid a la calle, id a una oficina de atención al ciudadano y preguntad por qué nosotros no podemos vivir el sueño americano. Preguntad qué es el sueño americano y dónde está. Preguntad por el sueño español y por el sueño catalán, y por el sueño de una noche de verano. Preguntad por los sueños, en general, y de paso que os informen sobre el Pacto del Euro. Llamarán a Seguridad. No bebáis cervezas en los bares si pretenden cobraros más de dos euros. Despertad de ese sueño en el que preguntáis por el sueño americano. Dejad, también, de actualizar cada cinco minutos el muro de Facebook y de mirar el correo cada media hora, y de leer La Paz Mundial. Yo empezaré a creerme todo esto, más de lo que ya me lo creo, el día que realmente no se pueda entrar a las plazas. Cuando detrás del círculo central de asamblearios (los de siempre, los que siempre han estado ahí, como en las películas en las que alguien le dice a un personaje “siempre estaré ahí por ti”) esté LA TURBA, EL PUEBLO, y la LIBERTAD, encarnada en una chica marcando pezones detrás de la camiseta, guiándolo. Que sea una mujer más fotogénica que la del cuadro de Delacroix. Silvia no sería mala opción.

Las bicicletas guiando al pueblo.

One Response to “15-M: yo también fui un teenage indignado”

  1. Señor X dice:

    Simplemente sublime! Brillante. Te felicito por el texto, por todas y cada una de las ideas que has plasmado y por lo genialmente bien que está redactado. Un saludo

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