El odio pajero

Los textos sobre la sociología de la literatura se revolcaban encantados en el fango de la historia, hasta que los estructuralistas comenzaron a escupir al eje de la diacronía, con el desprecio subsiguiente de los muchachos postestructuralistas, que reivindicaron de nuevo el análisis histórico. Todos estos señores no tenían cuenta de Facebook, no revelaban (casi nunca) sus objetos masturbatorios, y vivían absolutamente ajenos al ‘odio pajero’. Me pregunto qué pensarían de ‘la obra, la meta-obra y las piernas de la autora’ de una novela, un micropoema, o una película.  El fenómeno del odio pajero, que describiré más adelante, no es novedoso, pero sí está más expuesto que nunca. Ahora que podemos leer los comentarios, acceder a las fotos, al twitter, y al flickr de los escritores, ahora que podemos opinar sobre sus vidas en nuestros blogs y stalkearlos, vilipendiarlos, y pajearnos, ya no solo con sus palabras, sino con sus fotos redsocialeras, un nuevo-viejo individuo ha resurgido con fuerza, sosteniendo el estandarte del crítico burletero, agazapado tras un monitor, encantado, muchas de las veces, de alimentar con ¿ingenio? su espíritu forero. El odio pajero vive, y tiene los ojos rojos.

Desde la manicura francesa, hasta las uñas postizas decoradas, desde las Zooey Deschanel hasta las María Lapiedra, se revuelve una gama abundante de chicas de uñas cortas, pintadas de rojo, que escribe. No es un secreto que lo femenino vende en el prolífico mercado editorial, que vomita libros diariamente. Las escritoras que apuntan maneras a lo Anaïs Nin, las que comienzan su andadura en prensa digital, hablando mucho de pollas, las que querrían ser lolitas, y las que, simplemente, escupen palabras con rabia y sangre menstrual, de una u otra manera, venden. En no pocas ocasiones, entre el batiburrillo de fanes y tímidos admiradores, estas escritoras se topan con ‘críticos’ de todo pelaje. Hablemos de ellos.

Hay quien, llevado por un sueño no tan secreto de impulsar su propia ansia creativa, busca a estas mujeres con el fin de establecer una relación virtual y estrecha, sintiéndose así, más cerca del sueño, alimentando sin dramas una fantasía de vínculo. Este grupo pertenece a los más de mil ‘amigos’ de la cuenta de Facebook de la escritora, y su estela se degrada a medida que pasa el tiempo, se conforman, y callan.

Luego están los stalkers. Este tipo de acosador, a varios niveles, suele vivir en la ciudad de la escritora elegida (aunque esto no siempre es así, hay acosadores en la distancia, con menos autoconfianza, y que tienen más estalkeadas) y pasa el tiempo leyendo sus obras, sus posts, rebuscando entre su círculo agujeros de entrada, apuntándose a varios eventos de editoriales, cumpleaños y expocómics. Estos chicos aman y se enfadan, insisten y se dejan notar, escriben y opinan, mandan mails, y, de nuevo, insisten. Este grupo es activo y sus integrantes, en ocasiones, consiguen entablar una amistad con su objeto de deseo, con pose de galán trasnochado, y alma de postadolescente. La escritora con stalkers se queja en ocasiones, pero guarda un pequeño rincón en sus pensamientos y en su corazón para las palabras e intentos variopintos de acercamiento de estos hombres: tener un stalker da caché, da cierto gustito, es un ‘todo’ potencial.

Ahora, vamos con el grupo con más miembros, los llamaré foreros. Los ‘entendidos’, los opinadores, los que, en realidad, quieren ser un poco ellas, tener stalkers y escribir libros. Se trata de hombres que llegan a alcanzar cierta fama en el mundo foro, algunos son favstars, otros tienen fanzines, no pocos poseen proyectos muy de cortos-blogs-ficción. No son, en absoluto, los más sofisticados, pero les va mucho aquello de la contracultura y lo B, lo Z, lo underground, lo Vigalondo. Su relación con las escritoras puede llegar a ser más real, pueden ser amigos de esos de tomar cañas, hablar de Mauro Entrialgo, o de las imposturas del hype. Sin embargo, otras veces, la maquina forera se vuelve en contra de estas mujeres, sin trascender, no obstante, más allá de sus engranajes endogámicos.

Por último, más que de un grupo, hablaré de un sentimiento potente y prolífico en su creatividad: el odio pajero. El odio pajero puede afectar a cualquiera de los grupos mencionados anteriormente, o surgir en el corazón de un hombre de manera espontánea, para crecer y desarrollarse, ya sea en silencio o con un gran estruendo. A través de su obra, una mujer se ha dado a conocer, en mayor o mejor medida, hasta llegar al conocimiento de alguien que la admirará, la deseará, y albergará la esperanza secreta de estar entre sus muslos, o la criticará, humillará, y albergará la esperanza secreta de estar entre sus muslos. Cuanta más fama alcanza la obra literaria de una mujer -sus novelas, relatos o poemas- más impacto causarán sus posibles exhibiciones físicas, desde una foto recatada y sensual en la solapa de un libro, hasta un desnudo twittero.

Este exhibicionismo posee un efecto muy diferente si proviene de un escritor, que, o pasa desapercibido, o le granjea simpatizantes, o tan solo causa algún escéptico levantamiento cejil. Por el contrario, las tetas tatuadas de una escritora, sus muslos, piernas y caderas, su pelo, los labios, la lengua… sus cortos vestidos, sus tacones, sus bikinis, todo ello, expuesto, invitan a evaluar la obra de una mujer desde el prisma del pajero. A su obra, a ella, a sus circunstancias diacrónicas y sincrónicas, a lo pre, y a lo post. Llaman la atención, molestan, provocan, por gordas, por esperpénticas, por feas, pero más por sensuales, por loliterismo, por femmefatalismo, por estar buenas.

El odio pajero nace en imágenes, no en palabras escritas, el pajillero evita imaginarse, como lo haría un stalker, un admirador, o un forero, deseando abiertamente, admirando o ignorando a estas mujeres. El odio nace de la frustración, que llega a tomar forma de interminables posts, autoindulgentes y paternalistas, y va acompañado, de principio a fin, de pajas. Zorras, vanidosas, poligoneras, y putas, exhibicionistas y malas escritoras y ‘quién le ha dado un lápiz a esta niña’: el odio pajero más rancio es el de los críticos… por tedioso y previsible, digo. Ah, también hay odio pajero hacia las escritoras en las mentes femeninas, una mezcla interesante entre envidia y atracción, y es, sin duda alguna, por su maravillosa rareza, mucho más entretenido.

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7 Comments Already

  1.  

    Un artículo
    excelente. Si, se produce un fenómeno paralelo con los escritores, pero en el
    caso de las escritoras suele tener un componente de tardo-machismo del tipo
    como-no-es-políticamente-correcto-además-la-llamo-zorra muy triste como se
    aprecia en tantos blogs pseudo-literarios. El machismo crítico (de la crítica
    institucional) suele ser más sutil, aunque no menos perceptible, como el hecho
    de que en la Real
    Academia siente sus podaderas  el bestsellero Pérez-Reverte y no la bestsellera Almudena
    Grandes, o que cuando hay que referirse a un novelista inglés
    contemporáneo se acuda siempre –ejemplo- a Martin Amis y no a A.S. Byatt y… En
    fin, como decía, excelente análisis. ¡Saludos!

  2. Este… Sofía, sr. autor, ¿y no hay también posibilidad de crítica a una autora simplemente porque es mala? ¿Todo es pajerismo?

  3. hombre lo que yo entiendo n el artículo es que no se critica igual a un mal escritor que a una mala escritora

  4. Menuda sarta de estupideces llenas de amargura y rabia hacia el sexo masculino. eres una pedazo de hembrsita feminazi, que triste XD. Sobre todo por todo el cumulo de palabrejos que has intentado escribir que no te lo crees ni tú….

  5. jajaja es buenísimooooooo

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