L’Alternativa 2012. Cuatro películas y puré de patatas (del KFC)

“Pero me sorprende que te gusten mis titulares. Creo que soy una de las personas que peor titula en el mundo. Algún defecto tenía que tener”

Carlos Boyero

Pasó otra edición de L’Alternativa y sigo sin probar sus cojines, los que se alguien ha desperdigado por el hall del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, para que nos tumbemos a ver cortos. Esta vez estuve a punto de hacerlo, pero cuando ya había decidido al lado de que mujer iba a colocarme, se me acercó un conocido y tuve que disimular. Mi cobertura del festival será exigua esta vez, más que la del año pasado, porque apenas vi cuatro películas: dos de la sección oficial y dos de la retrospectiva dedicada a Jeanne Balibar, actriz a la que quizá no conozcáis pero que durante las dos últimas décadas ha alcanzado cierta notoriedad trabajando con Desplechin, Rivette, Raúl Ruiz, Assayas, Winterbottom o ese cineasta secreto para casi todo el mundo, incluido yo, al que llaman, no sé si ese es su nombre, Jean Claude Biette. Inauguró el festival, de hecho, Ne change rien (2005) de Pedro Costa, en la que Balibar, protagonista absoluta, pone a prueba su voz en largos planos fijos.

Esa es Jeanne Balibar (foto de Rosa Vallori)

Vi cuatro películas y en dos, ya lo he dicho, aparecía Balibar. De L’idiot (Pierre Léon, 2008) apenas me atrevo a decir gran cosa, ya que la experimenté en un estado a medio camino entre el sueño y la vigilia, escuchando, a ratos, lo que contaban una serie de personajes con nombres rusos (la película adapta un capítulo de El idiota de Dostoyevski), historias sobre el honor, la voracidad y la siempre sobrevalorada capacidad de elegir, entre las que el personaje de la Balibar, redomada serpiente, repta haciéndonos creer, a ratos, que tiene las mejores intenciones, para acabar confirmándonos que, en la mayoría de los chistes, las furcias siempre ganan. Una película de sobremesa o de desayuno, o de media tarde lluviosa, muy clásica, que sucede toda ella en una habitación, a lo largo de apenas una hora. La limitación espacial no importa mucho, porque estamos ante un buen ejercicio de literatura filmada en el que la puesta en escena, rigurosa como dijo Alexis Nolla al salir de la proyección, es un acompañamiento más que cualquier otra cosa.

En La comedia de la inocencia (Raúl Ruiz, 2000) también me dormí, cinco o diez minutos, pero ello casi jugó a mi favor, porque cuando regresé la película ya se había vuelto completamente loca, arrastrándonos con ella hacia un vendaval de incredulidad y desconcierto. Un niño un poco cabrón quiere hacerle creer a su madre y a todo el mundo que su madre en realidad es otra mujer, a la que encarna J. B., y que está encantada de la vida con esa posibilidad, ya que perdió a su hijo en un desafortunado accidente. En una de sus películas más ligeras, Ruiz y su guionista se sirven de una novela de Massimo Montempelli para escenificar una rebelión en toda regla de la narrativa, reafirmando el poder maquiavélico y abismal de las ficciones para modelar e incluso substituir a la realidad. “Si a mí me da la gana, las cosas serán de esta manera”: eso parece pensar el chaval protagonista, que provoca una serie de desencuentros y malentendidos que toman un cariz cada vez más absurdo y surreal, mientras Ruiz convierte a Isabelle Huppert en una lacónica convidada de piedra, superada o más bien anestesiada por la situación, paseando enajenada por su casa, cambiando de lugar y posición bustos de mármol para que nadie la mire, ni siquiera las estatuas. Una pena que, abierta en canal la lógica, Ruiz y su guionista acaben prefiriendo cerrar la herida y dándole a la película un final relativamente normal y comprensible, aunque sólo relativamente, porque, como nos preguntamos luego, de camino al KFC a por un puré de patatas de 0,99 euros, seguía habiendo cosas raras, grabaciones que se nos muestran desde distintos puntos de vista… el puré, sin embargo, es inapelable.

El niño en cuestión

Los dos filmes que vi de la sección oficial, A nossa forma de vida (Pedro Felipe Marques, 2011) y La casa Emak Bakia (Oskar Alegría, 2012) me dejaron con ganas de más, pues, contrariamente al tópico que a veces se asocia a festivales de cine como este, en los que se supone que proyectan películas raras y difíciles de digerir, me tocaron dos películas muy majas. En A nossa forma de vida, Pedro Marques filma los quehaceres diarios de sus impagables abuelos, recordándonos cierta reflexión de Houellebecq sobre envejecer, en la que venía a decir que, llegada una cierta edad, la vida de las personas se torna básicamente administrativa. Nos dedicamos, en resumidas cuentas, a intentar vivir y morir dignamente. El mismo destino incierto contra el que se rebela el protagonista de El señor (Juan Cavestany, 2012), que trata de convertir su vida en una aventura constante, aunque esta suceda en su cabeza. La carismática pareja portuguesa no alcanza derivas tan de ciencia-ficción, aunque nos partamos de la risa cada vez que llaman al teléfono y preguntan por ellos, y ellos mismos se hacen los suecos, diciendo que los inquilinos de la vivienda han salido a hacer unos recados. Aunque el único espacio que conoceremos es el piso en el que vive la pareja, Marques se ha cuidado de no repetir apenas ningún plano, mostrándonos siempre a su entregado dúo cómico desde distintos encuadres, aprovechando también los espejos y los reflejos de las ventanas para evitar que la cosa se haga pesada. Que no os dé pereza la sinopsis, porque esto no es un documental sobre el tedio de seguir vivo ni una celebración de la cotidianidad, sino una protesta contra todo ello, un hilarante monólogo que llega a flirtear sin ambages y de una forma tan natural que parece del todo inconsciente con el humor más esquinado. Memorable el monólogo del abuelo sobre los fuegos artificiales que están teniendo lugar al otro lado de su ventana, rematado con un “bueno, ahora mismo quizá hay alguien que se está muriendo y no puede recibir asistencia médica, pero que bonito es todo esto de ahí fuera”.

Fotograma relajante de “A nossa forma de vida”

La casa Emak Bakia es un thriller de tres pares de cojones. Un thriller de verdad, no como esos de baratillo que ponen en la tele los fines de semana ni como esas novelas de mil páginas que en realidad deberían estar consideradas como libros de autoayuda para gente que no lee. El navarro Oskar Alegría debuta en el largo con un documental que es puro juego y puro azar: a partir de un caserón, teóricamente localizado cerca de Biarritz, que aparece en un cortometraje del polifacético surrealista Man Ray y que Alegría quiere localizar, nos vamos de viaje, un viaje documentado sin recurrir a ninguna de las estrategias del documental convencional, aquí apenas hay bustos parlantes o voces en off sino imágenes de lugares, personas y cosas, contextualizadas mediante intertítulos que van describiendo el devenir de la investigación. A medio camino, La casa Emak Bakia que da título a la película deja de ser el centro de atención y el director nos va proporcionando datos y anécdotas, acotaciones a la realidad tal como las podía entender Perec, otro narrador al que le apasionaba hacer inventarios y buscar o crear nexos entre ellos o entre las personas que aparecen de fondo junto a los objetos o los lugares. Todo ello intercalado con fragmentos de varias filmaciones del mismo Man Ray. Como un poema en viñetas, y aquí tomo prestado el título de un libro de Dino Buzzati, esta no-ficción a la deriva (intencionada) termina volviendo al punto de partida, aunque para entonces ya sabemos que lo que importa es el trayecto y no el destino, y que no nos importaría tener unos cuantos datos irrelevantes más, irrelevantes pero poéticos. Hay pocas cosas que estimulen tanto la creatividad y el deseo de contar historias como los agujeros, las ausencias, lo que desconocemos. Quizá porque, hasta el momento en el que el vacío se llena, todo es posible, incluso las posibilidades más remotas y fantásticas. El Barcelona, por cierto, ha ganado la liga. ¿Porqué no vamos a Sant Jaume ya, antes o durante la Navidad, y así dejamos de pretender que no conocemos el final de la historia?

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