Michael Scott ya no trabaja aquí: The Office (2004-2013)

Hoy hace cuarenta y pocos días que se terminó “The Office”, la americana, la de Steve Carell, la mejor. Para nosotros, claro está, si no, no estaríamos aquí dando la lata. Por cierto, nuestros nombres son Ricardo López Toledo y Toni Junyent, quizá hayan oído hablar de nosotros. Estos días le vamos preguntando a amigos y conocidos si la veían, y cuando damos con alguien que nos dice eso de “yo vi hasta la temporada X, luego pfff” inmediatamente irrumpimos en su Facebook, imprimimos una foto suya y cagamos sobre ella tan pronto como nos viene la necesidad de cagar. Si tuviéramos Twitter lo tuitearíamos, con un enlace de vídeo, pero no tenemos de eso. Es el castigo reservado a los infieles, porque para nosotros “The Office” era una religión y, como tal, no acepta medias tintas ni adhesiones parciales. Es cierto que la serie tuvo sus bajones y sus capítulos flojos, como todas las series, pero incluso cuando eso sucedía siempre había algo, un detalle, un gag, un plano adorable de Pam o de Erin—somos hombres, al fin y al cabo, no somos de piedra— que mantenía viva la llama. Despedimos a Michael Scott y seguimos adelante, y al cabo de un tiempo ya no dolía tanto. Qué queréis que os digamos, aquellos 22 minutos semanales nos hacían bien. Uno de nosotros incluso le regaló a su sobrino, por navidades, un body en el que había escrito “that’s what she said”.

Queríamos despedirnos como es debido de los trabajadores de Dunder Mifflin, la sucursal de Scranton, Pennsylvania, y tras darle algunas vueltas al asunto pensamos que podría ser divertido escribir algo sobre cada uno de los personajes principales de la serie. Sin reglas ni limitaciones, lo que saliera, ya fuera un texto hablando de nuestra relación con este o aquél personaje, una pequeña ficción especulando sobre lo que podría ser de ellos al acabar la serie, un soneto o una nota de desahucio. Al final, hemos terminando yéndonos hacia la ficción, excepto en los casos de Michael y Jim. Hay un poco de todo: extractos de libros, sinopsis de documentales, correos electrónicos, un chat… ya lo veréis. Hemos obviado deliberadamente a Darryl. Bueno, al principio simplemente nos olvidamos de él al hacer el reparto de personajes. Luego nos dimos cuenta de ello y, como no queríamos alargar el parto más de la cuenta, nos dedicamos a buscar algunas razones para dejarlo fuera. Estaba claro que podíamos tirar del argumento racista: ES NEGRO. Y aunque Stanley también es negro y sí lo hemos incluido, creemos que Darryl es ese otro tipo de negro que tiene la polla más grande que nosotros y nos puede dejar en ridículo jugando a básquet. Que te jodan, Darryl, que te vaya bien en Austin.

Tampoco están Nellie ni Gabe, ni Jo Bennett, ni sus perros, ni Robert California, el personaje con el nombre más molón de todos. ¿Cómo no mencionar a la hermosa Amy Adams, que interpretó a la primera novia de Jim? ¿Acaso no estaba también Stringer Bell? Y Jan Levinson-Gould, a la que no nos importaría satisfacer en un momento dado, además ya sabemos que le van los jovencitos. Que mala era con Michael y cómo molaba aquella tensión sórdida entre ellos de los primeros tiempos de la serie. “Dinner party”, el noveno episodio de la cuarta temporada, aquél en el que Michael y Jan organizan una cena en su casa, es uno de los mejores capítulos de la serie y probablemente el más oscuro de todos. Y Mose Schrute, y Todd Packer, y Rashida Jones y el enorme Will Ferrell. Seguro que nos dejamos a alguien, pero ya no damos más de sí. Llevamos unas cuantas semanas con esto y creemos que ya es hora de que vea la luz. ¡Hasta siempre, DunderMifflin!

Nos olvidamos de Darryl, sí, al igual que sus compañeros.

 

Michael Scott

Supongo que conocéis esa sensación, cuando te haces a la idea de que no vas a volver a ver a alguien. Es más jodido con los personajes de ficción que con las personas reales, porque estas últimas, al fin y al cabo, están ahí, en algún lugar, y aunque se vayan lejos o cambien de plano dimensional, siempre pueden volver. Pero cuando un personaje de ficción se va, es para siempre, a menos que su demiurgo (u otro creador) decida resucitarlo. Y el caso es que yo ya me había hecho a la idea de no volver a ver a Michael Scott (alucinantemente interpretado por Steve Carell), al former regional manager de la compañía papelera Dunder Mifflin en Scranton, Pennsylvania. Parecía lógico que volviera para el grand finale, pero los productores decían que no, que no habían podido convencer a Steve Carell. Tengo un buen amigo que vio el capítulo antes que yo y, sabiendo que me iba a hacer ilusión la sorpresa, me dijo que el episodio estaba pero que, efectivamente, ni rastro de Michael.

Nunca podré agradecerle del todo a ese barrigudo encargado de motel que me contara una mentira piadosa. Para mí, el minuto 29:01 del capítulo final de The Office ya forma parte de la historia de mi vida, no sé si de la televisión, pero es mi contraplano favorito del año. Michael aparece recortado contra una puerta, cual aparición milagrosa, cual fantasma WTF de Lost, relajado, como si fuera feliz dondequiera que esté ahora, y pronuncia las palabras mágicas, para que Dwight, tan proclive a desconfiar y a alumbrar retorcidas teorías, sepa que no es un impostor: “that’s what she said”. Es un acierto de las mentes detrás del episodio el no darle demasiado protagonismo a Michael, dejar que se pasee por ahí y que baile, que confraternice con sus antiguos empleados como si nunca se hubiera ido del todo. Nos queda, eso sí, la duda de si las fotos de sus hijos que le enseña a Pam en el móvil son de verdad. Podría tratarse de una broma loca orquestada junto a Holly (Amy Ryan). Podría incluso ser que Michael y Holly se hubieran separado, pero me niego a considerar dicha hipótesis. Ya basta de fracasos. Eso es lo que dijo ella.

 

Dwight K. Schrute

Dwight K. Schrute  descubre unos papeles en el cajón de Jim, el día después de que este abandonara Dunder Mifflin. Según comprueba, se trata de unos planos secretos que permitirían construir una máquina del tiempo. Se supone que el documento pertenece al gobierno, pero  no hay membrete oficial, ni firma, ni sello, ni ningún símbolo que avale su autenticidad. De hecho está escrito a mano y contiene numerosas  faltas de ortografía. Pero Dwight sabe que la clave para descubrir que un documento tan importante sea auténtico es, precisamente, que parezca todo lo contrario. Lo lee, lo relee, y asiente muy serio.

Ahora sonríe con malicia, mira a su alrededor, y se guarda el papel.

Ya en su granja decide ponerse manos a la obra para fabricar el aparato. Veamos qué necesito, piensa, y lee la lista de elementos de un tirón. Algunas cosas son realmente complicadas de conseguir y están en países muy lejanos y desconocidos, pero nadie dijo que sería fácil surcar los mares del tiempo.

Y entonces, por primera vez en años, la cordura hace acto de presencia. Dwight se para en seco, echa la vista atrás y recuerda algunos momentos: su grapadora encerrada en gelatina. Y todos sus objetos de oficina dentro de la máquina de comida. Y pasando frío en el tejado mientras espera la llegada de la CIA.

Pero aún así decide seguir adelante y empieza a recorrer medio mundo para que su proyecto llegue a buen puerto.

Y así es como acaba siendo detenido por la policía de Nigeria.

Definitivamente los papeles eran auténticos, pensó en el calabozo Dwight.

O eso o es que echa de menos a Jim tanto como nosotros.

¿Y si Palpatine se difrazara de Dwight?

 

Jim Halpert

Tuve una novia que nunca había visto The Office, así que cuando quería referirse a Jim siempre hablaba de “el guapo”. No soy un tipo celoso, pero reconozco que aquello me preocupó. Si ella, sin conocer a Jim, lo consideraba guapo, el conocerlo podría suponer que se enamorase perdidamente de él.

Y eso sí que no, Halpert, por ahí no paso.

Han pasado muchas cosas humillantes en mi vida, pero la posibilidad de que aquella pizpireta y deliciosa pelirroja me dejara por un personaje de ficción se me antojaba ciertamente excesivo. De modo que, durante el poco tiempo que duró nuestra relación, me obsesioné con que no viese ni un solo segundo de ningún capítulo de la serie.

Así pues me dediqué a cavar durante horas para enterrar todas las temporadas de la serie en mi jardín. Después programé una aplicación informática que filtrara y bloqueara cualquier tipo de contenido relacionado con The Office. Las palabras claves que hacían saltar el bloqueo eran: Jim, Pam, Office, guapo. Si salía algún anuncio la tele cambiaba de canal automáticamente, gracias a lo que logré desarrollar unos reflejos verdaderamente notables. Si estábamos en una tienda y las carátulas de los DVD estaban a la vista los tapaba, generalmente con alguna copia de El internado. Si tenía una entrevista en una empresa que se dedicara a la venta de papel, boicoteaba la entrevista. Me obsesioné de tal forma que incluso busque un grupo de amigos muy anodinos, justo lo contrario a Jim. Gente gris, sin ninguna gracia.

Las semanas fueron pasando y todo iba sobre ruedas, mi plan de aislamiento había funcionado y hacía ya tiempo que ella no hablaba del “guapo”. Me sentía seguro como un tirano vanidoso, como el magnate que maneja el cotarro… hasta que un día, sin que signos de deterioro me avisaran de ello, me comunicó que me dejaba. Me explicó, entre llantos, que se había enamorado de otra persona y me pidió perdón mil veces. La cruda realidad es que el otro era Marcos, el más anodino del grupo de anodinos, el que nunca entendía el chiste cuando nos reíamos. Es curioso que pasara todos aquellos meses preocupándome por Jim cuando, lejos del amable mundo de la ficción, la chica siempre acaba eligiendo a Roy.

Jim y Pam entre los textos de Pam y Jim. Astucia.

 

Pam Beesley

Abrió los ojos, sobresaltada, una gota de sudor recién formada deslizándose espalda abajo antes de morir en el colchón. El verano acababa de empezar y hacía calor, pero la gota de sudor también se debía al último pensamiento que andaba remoloneando por su cabeza, justo antes de abrir los ojos. Estaba pensando que la única persona de Dunder Mifflin con quien podría embarcarse en una aventura sexual a tres era, no cabía duda, Dwight. Ni siquiera sabía porque tenía esas ideas tan de golpe, pero incluso llegó a continuar el razonamiento concluyendo que, de chicas, quizá Erin… Pero solo quizá. Angela estaba fuera de la cuestión, por supuesto. Y probablemente algo así no llegaría a ocurrir, ni con Dwight ni con nadie. Se incorporó en la cama, la tenía toda para ella ya que Jim había dormido en la oficina, en Athleap estaban pendientes de algo gordo. Se rascó algo que le picaba junto al pezón —esto no lo sabe nadie, pero sus pezones no son ni grandes ni pequeños y tienen el mismo color que sus cabellos—. Anoche habían ido a ver esa maldita película. Era viernes y, aleluya, podían permitírselo, Jim estaba libre, los niños estaban cubiertos y ambos habían visto las dos anteriores, aunque ninguna juntos. Así que, ¿por qué no?, se dijeron. Y cuando salieron no sabían si les había gustado pero caminaron unos minutos en silencio, él propuso ir a cenar y ella aceptó pero no podía olvidar aquella habitación de hotel. ¿Las cosas serían así, con el tiempo? No le acabó de hacer el peso la crisis de Julie Delpy, pero en el fondo la entendía, y también pensó en qué podían hacer ellos para reinventarse, para no aburrirse el uno del otro, para sobrevivir al amor. Pensó en grandes proyectos artísticos, algunos tan grandes que no sabía ni si iban en serio, pensó en volver a Scranton, en Europa también pensó y acabó llegando a la estación terminal de las nuevas posibilidades sexuales. Ella lo pasaba bien con Jim, pero quizá podían probar cosas nuevas, algunos viejos teléfonos de la escuela de arte podrían servir, quizá, quizá, quizá, y estaban sentados frente a frente y tenía que pedir, él pidió por ella y le hizo una broma y ella levantó el culo, acercó sus labios a los suyos y lo besó. Y se rieron y la noche acabó bien. No volvió a pensar en ello hasta este momento.

 

Andy Bernard

(Sinopsis extraída del dossier de prensa del documental TV SERIES MADE OUR PRESIDENT)

TV SERIES MADE OUR PRESIDENT

Pancho Kohler Jr., 2017

Andrew Baines Bernard, Andy para los amigos y presidente de la prestigiosa Universidad de Cornell desde 2015, es un tipo peculiar: hace años protagonizó un viral en Youtube, tras hacer el ridículo en un concurso televisivo de talentos  Poco más se sabe de él, salvo que fue alumno de Cornell y miembro de un grupo a cappella con varios compañeros. Trabajó durante una década en una compañía papelera y también ha participado en varios de los servicios de voluntariado de la universidad. En TV SERIES MADE OUR PRESIDENT, el debutante Pancho Kohler Jr., que también cursó estudios en Cornell, propone una disparatada teoría sobre el ascenso de Bernard, de la oficina de reclutamiento de nuevos alumnos al despacho de presidente.

La historia oficial dice que Bernard es un “hombre de la casa”, de talante amistoso y bien relacionado con algunos peces gordos, motivado, con ideas nuevas y, sobre todo, una apuesta de futuro en estos tiempos de crisis. El documental de Pancho Kohler Jr. empieza contándonos que Andy se echó una novia, una joven estudiante de Derecho, adicta a las series, y que, para tener temas de conversación con ella y sus amigos, el futuro presidente de Cornell empezó a someterse a maratones inhumanas de todo cuanto oía mencionar a su novia. Sumido en un estado de duermevela alucinatoria, una sobredosis de las series “Juego de tronos” y “Expediente X”, entre otros productos televisivos con elementos de conspiración, le llevó a urdir complejas teorías sobre espías extraterrestres que querían apoderarse de la universidad, asignaturas secretas (casi siempre relacionadas con el sexo sucio) impartidas en catacumbas hasta ahora no localizadas y todo tipo de intrigas y corruptelas a cada cual más alocada.

Sin que Bernard aparezca en pantalla, sirviéndose tan sólo de testimonios (¿reales? ¿ficticios?), extractos de correos electrónicos, mensajes en foros y redes sociales, inquietantes noticias aparecidas en la prensa, Kohler Jr. construye un documental fascinante, que alcanzas cotas sumamente delirantes en un tramo final que nos dejará preguntándonos si todo esto puede ser verdad o es un montaje que podría haber orquestado el mismísimo Andrew Bernard, a quien sólo vemos en pantalla en una grabación de su toma de posesión. Cuando se da la mano con el presidente saliente, le susurra algo al oído, como si tarareara una canción, a lo que este reacciona quedándose pálido como un muerto, girándole la cara y resbalándose al bajar las escaleras de la tarima, una caída que afortunadamente no tuvo consecuencias…

Quizá Sprinkles también mereciera su texto. Quede aquí nuestro homenaje.

 

Angela Martin

Pasó un tiempo que le pareció eterno desde que emergió, lentamente, del sueño profundo en el que la anestesia la había dejado hasta que pudo abrir los ojos. Al principio se lo impedían las vendas que ocultaban su rostro. Luego, cuando estas fueron retiradas, junto con las argollas que la sujetaban por brazos y piernas, empezó a notar como un dolor, una resistencia de sus párpados a abrirse. Sus extremidades eran una orquesta de cosquillas y tampoco respondían, pero se sentía… distinta.La estancia olía a sangre de gato y a mil cosas más, y la suma de todas ellas era horripilante. Durante un buen rato también oyó llover y tronar, y bultos arrastrados por la paja, y golpes sordos, y los pasos de Mose y Dwight. Cuando la mano de este último tomó, con decisión y cariño, la suya, supo que podía, por fin, recuperar la visión. Su marido deshizo la sonrisa radiante que parecía congelada en su mandíbula para abrir la boca y decirle que la transfusión había ido bien. Mose trajo ropa limpia y doblada, que depositó sobre una silla, y entre los dos Schrute trataron de incorporarla sobre la camilla, pero aún estaba demasiado débil y se dejó caer. El aspecto de ambos era aterrador, y el hedor obnubilaba los sentidos. Dwight se quitó el delantal y ordenó a su primo que hiciera lo mismo con el suyo y procediera a quemarlos. A continuación se levantó y Angela ladeó la cabeza para mirar lo que iba a hacer a continuación el hombre del que se había enamorado. Él avanzó, majestuoso, hacia la puerta del cobertizo y la abrió de par en par. Luego apagó las lámparas de queroseno que ardían en el suelo. LA tormenta había cesado y la brisa fresca del amanecer empezó a lidiar con los efluvios infectos que inundaban el cobertizo y Angela volvió a cerrar los ojos, juntó las dos manos sobre el vientre y se dijo para sus adentros que pronto sería una mujer-gato.

 

Kelly Kapoor

Date: Sat, 22 Jun 2013 14:03:54 +0200
Subject: Love U (it’s not spam, I am Kelly!!!! J)
From:
To: ,

Ryan, te voy a decir tres cosas: la primera es que ya no tengo Whatsapp, ni Twitter, ni nada, sólo esta cuenta de correo comunitaria, la segunda es que estoy desnuda y la tercera es que te echo de menos. No estuvo bien eso de dejarme allí tirada, en medio de ninguna parte, durante días me dolió el brazo del agarrón que me diste. Yo no tengo la culpa de que no entiendas “Girls” ni sepas apreciar mis habilidades para combinar prendas aparentemente poco combinables. Si no puedo contarte nada sobre las cosas que me entusiasman, ¿en qué pensabas cuando abandonaste a aquél bebé y nos dimos a la fuga? ¿En hacer el amor de las formas más incómodas en parkings de gasolineras? Da igual, da igual, da igual, ahora mismo hay manos de distintos tamaños y colores rodeando mi cuerpo, acariciando mi nuevo tatuaje, y he recordado que yo ya no soy la que era, que ya no me importa el pasado, sólo el futuro, que es nuestro. Cuando me echaste del coche hice lo que me pareció más cómodo y seguro: hice autoestop y el primer vehículo que paró fue una furgoneta bastante limpia, aunque luego supe que no pertenecía a las personas que había en ella, que me cantaron una canción de bienvenida, me dieron de comer, me consolaron y me emborracharon, todo a la vez, y me daba igual, porque tú eras lo único que me importaba. Eras. Ya no. He conocido a Cody, a GSM (Gordo Sabio Mítico), que me llama Kapowsky (por la de Salvados por la campana) a Willie, a William, a Willem, que es holandés, a Naiara y a Hazel, a las tres Harriets, a Jean-Paul y a Jean-Luc, a Clio, a Dana, a Nube, a Sir James, que dicen que es Sir de verdad, a Gonzalo, a muchos animales y a gente que no sé cómo se llama pero que me ha ayudado a volver a nacer, literalmente, me han hecho cruzar desnuda un pantano, me han cubierto de fango y hierba y ungüentos, me han zarandeado mucho pero ha valido la pena, ahora tengo un nuevo centro y muchos amantes, y hago Pilates con una profesora casi tan buena como la que tenía en el gimnasio de Scranton. ¿Has oído hablar del 15-M? ¡Es la hostia! ¡Y voy a ir a la India! No sé cuándo, pero voy a ir a la India. Ryan, amor, tengo que dejarte, esta noche me toca cocinar, me ayudará un chico nuevo, que la tiene…. Ooooh, como le gusta a este perro lamerme por todas partes, que cosquillas, cuánto amor. Te quiero, cariño, sé que nuestros caminos volverán a cruzarse. Kelly

Kelly recordando Una pareja de tres.

 

Ryan Howard

Aproximadamente un mes después de sacar a rastras a Kelly del coche, después de haber echado un polvo rápido y de haberla tenido hablando sin parar, y sin escucharla realmente, durante un rato, Ryan recibió un correo electrónico que estuvo a punto de borrar, pues la dirección le pareció rara. Pero se acababa de bajar un antivirus, así que se arriesgó y lo abrió. Lo leyó unas cuantas veces, siguió viendo porno, luego volvió a leerlo, se lo leyó de nuevo y escribió mentalmente un montón de posibles respuestas, entre crueles y muy crueles, alguna tierna se coló, alguna que no entendió ni él, también la insultó y la amenazó, sin saber muy bien por qué, y al final no escribió nada. Se quedó dormido en el sofá.

Cinco días tardó en ir en busca de Kelly, el tiempo que le llevó encontrar en una tienda de segunda mano la ropa adecuada para adentrarse en el campamento hippie o lo que demonios fuera aquél lugar. Había googleado la dirección de correo, no fue difícil dar con el sitio. El coche avanzaba y botaba por un camino de tierra cuando la vio, de frente, a unos veinte metros. Llevaba una falda bordada y una vieja y descolorida camiseta del Inspector Gadget, sin mangas. Era Kelly. Paseaba, o más bien intentaba pasear, a dos perros grandes que no le hacían ni caso. Ryan se frotó los ojos, varias veces, y simplemente se quedó allí, sentado, rendido, viéndola gesticular y acercarse. Le acabaron sacando del coche, le hidrataron y alimentaron, y pasaron los días. Las semanas, y unos cuantos meses. Kelly y Ryan nunca estuvieron hechos para estar juntos, eso lo sabían todos aquellos que los conocieron y asistieron a sus idas y venidas, pero fue en aquella destartalada granja donde hallaron la fórmula que habría de permitirles mantener viva la llama: básicamente se dedicaban a rodar, a cambiar de amantes e incluso de orientación sexual cada noche, a desdibujarse alternativamente en aquél limitado y tórrido paisaje, hasta que, al cabo de los días, volvían a materializarse el uno junto al otro, eran personas nuevas cada vez, o eso se decían, y si estaban aburridos ni siquiera se notaba, igual es que fingían muy bien, eso ya no lo sé, sólo sé que los oía gemir mientras yo, que dormía a escasos metros, en una maltrecha tienda de campaña, intentaba en vano conciliar el sueño.

 

Meredith Palmer

Una mujer borracha interrumpe una emisión en directo

Parecía una noche normal para la redactora Stephanie Williams. Como siempre, a su hora, se atusó el pelo, hizo extrañas gárgaras para calentar la voz, ejecutó algunos ejercicios de vocalización y se plantó delante de la cámara, esperando a que le dieran paso desde el estudio central. “Todo va sobre ruedas” debió pensar la redactora al comienzo de su reportaje cuando, ironías del destino, resultó atropellada.

Lo que pasó a partir de ese momento entra, automáticamente, en los anales de la historia televisiva. La mujer que iba al volante, cuyo nombre responde a las iniciales M.P., detuvo el vehículo y se acercó a interesarse por la reportera, que se encontraba seminconsciente. Así que M.P., en evidente estado de embriaguez, decidió coger el micro y,  ni corta ni perezosa,  se dispuso a retomar el reportaje, para “arreglar el problemilla causado”.

Pero el “problemilla” no hizo más que aumentar. Primero, porque toda palabra que salía de la boca de la mujer era ininteligible, segundo, porque esas palabras dieron lugar, poco después, a un repugnante momento con vómito incluido y, tercero, porque la señora, de unos cuarenta años de edad, decidió finalmente seducir al cámara en directo…quitándose la ropa y mostrando sus pechos, momento en el que se produjo un corte para publicidad.

Los responsables de la cadena buscan hoy explicaciones y tratan de entender por qué la emisión no fue cortada a tiempo. Por su parte, la mujer, ha sido puesta en libertad con cargos en la mañana de hoy.

 

Stanley Hudson

El tiempo pasaba y Mario todavía no había empezado a escribir sobre el gran Stanley Hudson. Tenía pendiente una entrega para un blog, un homenaje a algunos personajes de The Office, y se estaba retrasando tanto en la entrega que le pusieron un plazo temporal, aunque a él le gusta más pensar en la palabra, deadline, que suena más anglosajón y hace que se tome las tareas más en serio. El problema es que quedaban 20 minutos para que el límite de tiempo expirase, así que pensó en buscar una solución rápida. Veamos, pensó. Podría centrarme en sus habituales exabruptos, en sus continuos affaires amorosos, en su amor por los  pretzels o en su recién descubierta habilidad para fabricar pajaritos de madera. Lo pensó unos instantes, pero no lo vio claro, así que decidió buscar inspiración viendo algunos recopilatorios de sus mejores momentos en Youtube.

Y es así fue como visionó de nuevo el momento en el que sufre el infarto, sucedido al final de aquel histórico arranque en el que Dwight simula un incendio y todo se desmadra. Y ahí fue cuando se olvidó un poco de su tarea y se dejó llevar por los más oscuros vericuetos de la procrastinación, de tal forma que empezó a reflexionar sobre cuál era su intro favorita de la historia de The Office. Se puso a verlas una a una para decidir, hasta que a mitad de la segunda temporada se encontró con el capítulo de la fiesta en el barco, en el que intervenía por última vez Amy Adams.

Y eso le llevó irremediablemente a ver entrevistas con Amy Adams. Y de ahí saltó a entrevistas con Jennifer Lawrence. Y de ahí al precioso vídeo de Kristen Bell y  el perezoso. Y entonces a vídeos de perezosos. Y luego de gatitos. Y de perritos de la pradera. Y de animales más salvajes. Y así acabo viendo vídeos de bodas rusas. Y de rusos en general. Vídeos delirantes, vídeos graciosos, vídeos entrañables, vídeos de seducción.

Miró el reloj y, maldita sea, hacía horas que se había pasado del plazo. Pero tampoco se agobió demasiado. Simplente, con mucho desdén, pensó que no iba a dedicar ni un segundo extra de su tiempo a una tarea como esta, en la no le pagaban ni un centavo.  Hizo una gesto de autoconvencimiento, cerró el documento de word en blanco y así mismo lo envió.

Pienso en Kevin caracterizado como el Gremlin de la verdura de Gremlins 2. Ignoro por qué.

 

Kevin Malone

A Kevin no le quedó claro que no fuera gay a pesar de que Oscar intentara quitarle esa idea de la cabeza, tras la boda de Ángela, y un sábado que no trabajaba y hacía mucho calor y se sentía solo, entró en un chat y acabó quedando con un tipo. Tuvieron sexo. El tipo le dio por el culo. Pero esa es una historia que Kevin quiere olvidar, y nosotros también.

A Kevin no le iban mal las cosas en el bar que regentaba, hasta que contrató a una joven y exuberante camarera nacida en Waco, Texas, como Jennifer Love Hewitt y Terrence Malick. Y no es que la camarera tratase de seducirle ni le robase sino que la crisis mundial arreciaba y un buen día le preguntó a Kevin si podía instalar un sofá cama en la trastienda y usarlo para recibir a clientes del bar que precisaran de servicios adicionales. Al principio todo fue bien, y Kevin casi que ni se enteraba, la caja registradora sonaba todo el rato y su camarera le daba abrazos que un hombre como él es incapaz de olvidar por muchos años que pasen. Hasta que una noche, cuando estaba cerrando, la policía vino a llevárselo. Le acusaban de prostitución de menores. Resulta que su camarera tenía dieciséis añitos y no dieciocho como le había dicho. Afortunadamente, todo se arregló y salió en libertad sin cargos, pero esa es una historia que Kevin también quiere olvidar, y nosotros también.

A Kevin volvieron a irle bien las cosas, hasta que, año y medio después de aquél incidente con la camarera, llamaron a la puerta de su apartamento de soltero. Era ella, chorreaba aunque no llovía, o Kevin no se había enterado, y murmuraba cosas ininteligibles. Se marcó un discurso que duró veintiocho minutos, a lo largo del cual le confesó que lo amaba y que al mismo tiempo lo veía como al padre que nunca había tenido, y por último le pidió que volviera a ser su proxeneta, que esta vez harían las cosas bien, que ella le enseñaría y que, pasados unos años, podrían retirarse y ser felices. Kevin podría haber dicho que no, o haber pedido consejo a amigos juiciosos que le quitarían esa locura de la cabeza. Pero, tras unos segundos de vacilación, aceptó. Durante algunos años, no sabría decir cuántos fueron, Kevin se hartó de esperar en porterías, bares, estaciones y salas de espera de acaudalados y pervertidos especialistas médicos. Milagrosamente, la chica siempre volvía intacta, como si ni siquiera se hubiera desnudado, y con mucho dinero en los bolsillos del impermeable. Ahorraron y, como ella le había prometido aquella noche que no llovía, un día decidieron que ya tenían suficiente. Ahora viven sin grandes lujos, en un piso de alquiler, pero son relativamente felices. Kevin ha empezado a leer los libros de Agatha Christie, pero está un poco triste porque le han soplado que, en “Telón”, Poirot morirá.

 

Phillys Vance

25.000 botes de mayonesa. Esa fue la cifra que Bob Vance tuvo que sortear para poder entrar a su casa. Una pirámide de cajas de mayonesa. La situación no tardó en dar la vuelta al mundo y curiosos de todos los lugares de EEUU se acercaron hasta Scranton para ver el espectáculo.

Y así es como Phillys se convirtió en una celebridad.

Todo empezó cuando Bob le regaló una nevera de última generación, de esas con pantalla táctil, que te avisa cuando te faltan determinados productos y que, como si de un diligente mayordomo se tratara, te hace la compra automáticamente. “Es el último grito”, dijo Bob, “acabamos de incorporarla a nuestro catálogo”.

Evidentemente, a ella no le gustó. Él se había llevado sin avisar la vieja nevera roja, que había pertenecido durante más de 20 años a la familia de Phillys, y la había reemplazado por aquella máquina con pantalla, voces y luces. Pero Bob estaba tan contento que no pudo decirle nada, y como la fiel y leal esposa que era, intentó aprender a manejar aquel engendro. Y tocó la pantalla táctil y pasó algo. Y entonces se animó, como lo hace una niña con su nueva muñeca, esa que come, caga y mea. Y siguió tocando la pantalla táctil. Y cuando se dio cuenta, una pirámide de botes de mayonesa bloqueaba la entrada de su casa.

Así que algunos medios informativos la entrevistaron aquella tarde, y ella, con toda su inocencia y desconocimiento técnico, empezó a convertirse en una celebridad. Primero acudió invitada a algunos platós de televisión locales, para acabar siendo entrevistada en los principales late night del país. Phillys ya era en aquel momento la primera It grandma de la era internet, y su palabra se convirtió en ley para toda mujer mayor de 50 años. Abrió un canal de youtube, fue contratada para ser la imagen de una conocida marca de cosméticos, hizo un cameo en Mad Men y se embarcó en una larguísima gira mundial de conferencias.

Pero su popularidad se fue apagando al tiempo que su pirámide de botes de mayonesa iba menguando, probablemente víctima de algún rufián que durante meses se dedicó a ir robando unidades. Phillys volvió entonces al calor de su hogar, agotada tras tanto trajín, donde le esperaba su vieja nevera, que había vuelto igual de silenciosa que se había ido. Pasaron los años y ella recordaba aquellos momentos con cariño, pero no echaba de menos ni la fama ni el dinero. Lo primero, porque Bob Vance, hombre de negocio astuto, había aprovechado aquel momento para crear una nueva línea de electrodomésticos con la imagen de su mujer, lo que reportó a la familia beneficios millonarios. Y en segundo lugar porque, al fin y al cabo, conocer a Jimmy Kimmel tampoco había sido para tanto.

Nos apetecía ver a Amy Adams.

 

Oscar Martínez

Candidato a senador por el estado de Pennsylvania, Oscar llevó a cabo una campaña “cónica, coherente y combativa”, tal como la bautizó el analista político Roderick Ransom, del Scranton Tribune. Cónica, aclaraba el artículo, por la costumbre del candidato Martínez de aparecer en actos públicos lamiendo despreocupadamente conos de helado, de dos o tres bolas, nunca de una, fuera invierno o verano. Cuando el tema salía a colación en conversaciones de bar, había varios bandos: unos acusaban a Oscar de frívolo, otros no tenían nada en contra y ni siquiera creían que ese asunto mereciera ser debatido, y unos pocos, los que menos, afirmaban alzando la voz y haciéndose los amos de sus rincones de la mesa, que en política nada se dejaba al azar y que aquello tenía por fuerza que significar algo. Fueron estos últimos los que creyeron llevarse el gato al agua cuando se filtró a los medios que Oscar era homosexual, aunque el candidato se aprestó a aclarar que él nunca había tenido intención de ocultar su homosexualidad, sólo que era algo que llevaba con normalidad y que no había tenido la oportunidad de mencionarlo hasta ese momento. Esas declaraciones no gustaron precisamente a algunos grupos de activismo LGBT, que no entendían que un homosexual pudiera meterse en política y pensar en otra cosa que no fueran medidas legales para normalizar la situación del colectivo. Para sellar la paz, Oscar asistió a unas cuantas mesas redondas con esta gente, y al término de una de ellas, que se había prolongado hasta el delirio, cayó dormido nada más llegar a casa y soñó que le ofrecían entrar en una cama redonda, pero él no se decidía, temía por su reputación, y la cama empezaba a girar, elevándose hasta desaparecer. Oscar, al cabo de un tiempo, dejó de lamer bolas de helado en público, aunque nunca quiso aclarar el porqué de aquella insólita afición pasajera, y se ponía visiblemente nervioso cada vez que le preguntaban al respecto en alguna entrevista. Sea como fuere, en 2016 fue elegido senador.

 

Toby Flenderson

“En cuanto entré me di cuenta de que el suelo estaba muy limpio, reluciente diría yo. Tanto que podía ver mi cara reflejado en él, y es bueno verse reflejado en cosas. Lo miré durante horas, hasta que un alguacil me espetó que me estaban esperando. […]

Los trabajadores del juzgado no parecían poco contentos de trabajar allí. Yo lo puedo afirmar, he trabajado en recursos humanos muchos años y sé lo que siente un trabajador. El primer día me acerqué a un guardia de seguridad para preguntar dónde estaba mi sala. Me miró y no emitió palabra alguna, así que insistí. Tras la segunda negativa decidí emitir una queja, pero no supe a quién hacerlo.  […]

Vi claro desde el principio que el chico era inocente, pero ninguno de mis compañeros quería escucharme, por más evidencias que iban apareciendo. Lo peor no es que tuvieran una postura firme contraria a la mía, sino que literalmente no me prestaban atención. Luego me enteré de que solían discutir el caso en un bar cercano en el que quedaban todos después de las sesiones. Todos menos yo. […]

No guardo relación personal con ninguno de los chicos que formamos el jurado, aunque me habría gustado haber intercambiado algún correo electrónico, especialmente con alguna persona en concreto. Sí, contigo, Pamela. Si por casualidad estás leyendo esto escríbeme a . Un beso. […]

El haber sido testigo de un caso tan importante no solo afectó a mi autoestima, sino también a mi vida social. Las chicas se acercaban a mí y me interrogaban con toda clase de preguntas. Incluso en el trabajo me convertí en una especie de héroe.

“Extracto del manuscrito titulado “Cuando me enfrenté al estrangulador de Scranton”, por Toby Flenderson.

 

Kelly Erin Hannon

Erin dice: estoy muy cabreada

Anne dice: x?

Erin dice: anoche fue la fiesta de mi empresa, la que te conté que había unos premios

Anne dice: mmmm

Erin dice: y pasó algo muy fuerte

Anne dice: ???

Erin dice: me dieron un premio

Anne dice: eso es bueno no?

Erin dice: El Dundie a la “Chica con más recorrido”, eso no es bueno

Anne dice: en seeeeeerio?!

Erin dice: sí…

Anne dice: bueno…un poco de razón tienen no?

Erin dice: joooo

Anne dice: es que lo tuyo es de psiquiatra ya!!!

Anne dice: no hay un síndrome para tías que no paran de liarse con gente del trabajo o algo?

Erin dice: me estás llamando loca o puta? No lo tengo claro…

Anne dice: noo… pero… es que es muy fuerte lo tuyo…además si por lo menos estuvieran buenos… pero ni eso!

Erin dice: pete es muy lindo

Anne dice: vale, Pete tiene un pase pero… los otros dos…

Erin dice: jajaja, calla! Andy tenía su puntazo

Anne dice: ya…sobre todo en el vídeo ese del youtube

Erin dice: no seas mala

Anne dice: míralo por el lado bueno, te has tirado a un top de youtube, es como follarse a Tay Zonday o algo así

Erin dice: jajaja!! Serás puta

Anne dice: :p y con Pete qué tal?

Erin dice: no sé, es buen niño pero…

Anne dice: nooooooooooooo!

Erin dice: qué?

Anne dice: otro?

Erin dice: jajaja…

Anne dice: pero a este no lo dejas por ninguno no? Por favor dime que no te gusta el loco de las gafas

Erin dice: Dwight? Puag…! Además está en Nigeria, en la cárcel

Anne dice: :O

Erin dice: es que Creed…

Anne dice: ehhhhh……… foto!

Erin dice: ****.jpg

Anne dice: DIME QUE NO ES ESE VIEJO

Erin dice: JAJAJAJAJA

Anne dice: ahora sí, estás enferma, en serio. A ese ni se le levantará

Erin dice: de repente me ponen los maduritos…

Anne dice: ahggggggg……. Cállate!!

Anne dice: en serio…en serio????

Erin dice: NOOOOOO tonta… es una bromilla jijijiji

Anne dice: serás puta…

Erin dice: jajaja me encantaría haber visto tu cara.

Erin dice: con Pete me va genial tonta! Jijiji

Anne dice: buf… de verdad que me tenías preocupada

Erin dice: me voy! Que ha venido Pete a buscarme, es más liiiindo J

Anne dice: espero que se te haya pasado el cabreo con la bromita, al menos…

Erin dice: eso también era broma…!!! Jajaja … no no, eso es verdad, pero ya se me ha pasado, bye bye! Te iloviu!

Anne dice: grrr adiós.

 

Creed Bratton

Al momento estamos en un vestíbulo totalmente blanco. En medio hay una mesa redonda de madera oscura con un enorme ramo de flores blancas. Las paredes están llenas de cuadros. Abre una puerta doble, y el blanco se prolonga por un amplio pasillo que nos lleva hasta la entrada de una habitación inmensa. Es el salón principal, de techos altísimos. Calificarlo de «enorme» sería quedarse muy corto. La pared del fondo es de cristal y da a un balcón con magníficas vistas a la ciudad.

El cuervo abrió el pico y graznó; fue un chillido agudo de miedo, y los jirones de niebla gris que se arremolinaban a su alrededor se desgarraron como un velo, y vio que el cuervo no era tal, sino una mujer, una criada de larga cabellera negra a la que había visto antes. ¿Dónde? La ventana estaba abierta y en la habitación hacía frío, pero la calidez que emanaba el lobo lo envolvió como un baño caliente. Bran se dio cuenta de que era su cachorro… ¿o no? ¡Le parecía tan grande…! Extendió un brazo para acariciarlo; la mano le temblaba como una hoja.

El helicóptero reduce la velocidad y se queda suspendido en el aire. Quinn aterriza en la pista de la azotea del edificio. Tengo un nudo en el estómago. No sabría decir si son nervios por lo que va a suceder, o alivio por haber llegado vivas, o miedo a que la cosa no vaya bien. Apaga el motor, y el movimiento y el ruido del rotor van disminuyendo hasta que lo único que oigo es el sonido de mi respiración entrecortada. Quinn se quita los auriculares y se inclina para quitarme los míos.

A la derecha hay un imponente sofá en forma de U en el que podrían sentarse cómodamente diez personas. Frente a él, una chimenea ultramoderna de acero inoxidable… o a saber, quizá sea de platino. El fuego encendido llamea suavemente. A la izquierda, junto a la entrada, está la zona de la cocina. Toda blanca, con la encimera de madera oscura y una barra en la que pueden sentarse seis personas.