Apareció por primera vez en televisión en el programa El Vagamundo de Canal Sur 2, dirigido y presentado por Jesús Quintero. Aquella noche de noviembre de 1999, Manuel Reyes Villar, alias Manolito de Jesús, sostenía en primer plano un cigarro humeante entre dos largos dedos con las uñas pintadas de rojo. En su mano, algunos anillos, joyas que había comprado, dijo, con su “dinerito como pinsionista”. En la época previa a su estrellato mediático, era conocido como El Jorobado de Notre Barbate, y así se lo presentaron a Quintero, pese a que Reyes se declarara “de Chipiona legítimo, como Rocío Jurado. Posí” y no jorobado, sino “cargado de espalda; los jorobados tienen una mochila delante y otra detrás”.
Reyes llevaba un jersey viejo y contaba con pocos dientes, pero tenía una expresividad especial. Mostraba fascinado, frente a Quintero y frente a las cámaras, unos ojos grandes y verdes, que abría y fijaba como sólo puede abrirlos y fijarlos un loco. En un homenaje reciente, el periodista onubense recuerda que Reyes “movía las manos con mucho arte. Era muy coqueto y un gran seductor. Seducía a la cámara y a todo lo que se le ponía a tiro”, incluido al mismo Quintero, con quien Reyes coqueteaba a menudo.
“En Barbate también tendrá usted enemigos”, dice Quintero.
“Hombre, posí. Y malas amigas también las tengo”.
“¿Y? Malas amigas”.
“Posí”.
“¿Y qué hace con los malos amigos?”
“El que me habla le hablo y el que no me habla no le hablo”.
“Ya”.
“Eso en españó”.
“¿Y en andalú, cómo? ¿cómo se diría? ¡Hable con claridad!”
“Sí. Illouuuu”.
“¿Eh? ¿Qué?” –ambos se ríen.
“Quillouuu”.
“¿Quillou? ¿Eso qué es?”
“Ande-va-tú”.
“¿Eso qué es?”
“Eso es cosa de Barbate. Illouuu… ¿dóndevalmuerto?”
“¿Cómo?” –pregunta Quintero, desencajado de la risa.
“¿Cómo? ¡Comiendo, mi alma!”
Además de departir con el presentador en estos términos, Reyes rellenaba sus apariciones en el programa interpretando secuencias de novelas radiofónicas antiguas en las que él hacía las voces de todos los personajes. Por momentos recordaba a un hombre-libro de Fahrenheit 451, guardando en su cabeza durante más de 40 años diálogos intrascendentes de obras de Guillermo Sautier Casaseca, como Ama Rosa, un éxito de 1959, casi completamente olvidado hoy en día.
Pronto, el personaje trascendió los límites del programa y sus apariciones comenzaron a inundar los, por entonces muy populares, programas de zapping de otras cadenas. Una vez más, a Manuel Reyes, que primero fue Manolito de Jesús y luego El Jorobado de Barbate, le fue impuesto un nuevo apelativo: Pozí, leído y escrito con z, sin importar el hecho de que Reyes jamás ceceara al decirlo. Reyes parecía sujeto a una maldición, llegar a la fama y que nadie supiera su verdadero nombre.
Manolito Reyes era uno más entre tantos perfiles singulares dentro del microclima de personajes que es el estilo de Quintero, el Loco de la Colina, que en su carrera ha encontrado diamantes como Beni de Cádiz, Jesús el Penumbra o Juan Joya alias El Risitas. Quintero valoraba la singularidad y carisma de estos personajes y trababa con ellos conversaciones deliciosas y surrealistas que no llevaban a ningún sitio, llenas de humor, palabras inventadas y paradojas inocentes en las que se revelaban cosas sobre Andalucía -de donde muchos de ellos nunca habían salido- que el resto de la programación de Canal Sur intentaba ocultar. La imagen de un borrachín homosexual y jorobado que afirma orgulloso gastar el dinero de la pensión en joyas se interrumpía para dar paso a un anuncio institucional protagonizado por un abuelito de barba blanca cincelada que aprende animosamente a utilizar el ordenador en uno de los cursos de internet para mayores subvencionados por la Junta de Andalucía. Dónde está la realidad ahí.
Los personajes como Manuel Reyes son incómodos porque nos representan mucho más de lo que pensamos y contradicen la imagen sana y responsable que las autoridades, en anuncios como estos, quieren dar siempre de nosotros. Pero las autoridades –signifique lo que signifique esta ambigüedad– están normalmente tranquilas con estos personajes. Saben que son autodestructivos. Incordian, pero se apagan pronto y, además, el espectador está tan narcotizado riéndole las gracias y sintiéndose superior que cualquier intento de interpretación contracultural queda anulado.
Quintero advertía a sus peculiares colaboradores que, más allá del humo de las distendidas charlas de voz grave, con atmósferas New Age y música de Pink Floyd, de su programa, la realidad televisiva podía ser muy cruel. También le iba el interés en ello, ya que eran estos personajes los que mantenían viva la llama de su audiencia, y servían de ameno contrapunto a las densas entrevistas que Quintero hacía a políticos o empresarios.
Pero, finalmente, las ofertas llegaron y Reyes dejó progresivamente de aparecer en Ratones Coloraos, el nuevo programa de Quintero para el primer canal autonómico. Crónicas Marcianas echó rápido el ojo a su potencial como fenómeno sociológico y suministrador de entretenimiento intrascendente. Comenzó a ser entrevistado, cada vez con más frecuencia, por Javier Cárdenas.
“Mucha gente preguntaba por ti”, le dijo una vez en la playa de la Barrosa de Cádiz, “pues aquí está, Manolito Reyes, más conocido como…”
“El Posí”
“El Pozí”, corrigió Cárdenas.
Las entrevistas de Cárdenas aparecían en pantalla editadas con una música de fondo que mostraba a Reyes bailando, su cara apareciendo varias veces en primer plano, y la muletilla saliendo una y otra vez de su boca sin dientes. Aparecía diciendo cosas incongruentes, descontextualizadas a propósito por el productor y que, con seguridad, formaban parte de una conversación igualmente incongruente, pero eso nunca lo sabremos. Reyes se había convertido, por obra y gracia de la postproducción, en un gracioso cacho de carne. Ese era el papel que los dioses del entretenimiento le habían otorgado, y a ese papel se aferró el pobre Reyes durante el resto de su corta carrera televisiva.
Se presume que ganó bastante dinero durante aquella etapa, aunque no tanto como sus empleadores. Cárdenas, repitiendo una fórmula que ya había empleado a mediados de los noventa en programas como Al Ataque, se convirtió en uno de los rostros más populares del momento. Otros colaboradores de Crónicas Marcianas, como Xavier Deltell o Pilar Rahola, se quitaron el sombrero y se reconocieron deudores de esta nueva forma de hacer periodismo, ¿periodismo? Finalmente, en 2008, el jurado no pudo resistirlo más y premió sus años de trabajo vomitando un Premio Ondas a la Innovación Radiofónica para Cárdenas, por la ocurrencia de organizar un crucero para sus oyentes, pero eso era lo de menos.
Es difícil saber en qué momento la personalidad de Manuel Reyes se fusionó con la del Pozí para limitarse a interpretar una parodia de sí mismo, igual que es difícil señalar cuándo tocó fondo. En realidad, desde que apareció por primera vez, siempre estuvo en el fondo y, al mismo tiempo, siguió haciendo desde su marginal posición, sin saberlo, de altavoz de una España que, por vergüenza, no sale (casi) nunca en televisión.
La única aparición de Reyes en la gran pantalla fue en la película F.B.I. (Frikis Buscan Incordiar) de 2004, dirigida por Javier Cárdenas. La película consistía en degradar con bromas de mal gusto, tipo Jackass, a los personajes que Cárdenas había ayudado a colocar en los platós de televisión, “una ácida crítica”, por usar los términos de su productora, donde Manuel Reyes aparecía, por ejemplo, en mitad de un parque, metido dentro de un carrito de bebé, tosiendo y blasfemando debajo de una mantita, sigue tosiendo, se está asfixiando… los viandantes acuden a socorrerle y él se incorpora, tose más, tapándose la boca con su mano llena de anillos y las uñas largas rojas. Le dicen “te vas a ahogar Manolo”, pero se recupera. Fin de la escena. De ese tipo de material estamos hablando.
Cuando Crónicas Marcianas dejó de emitirse en 2005, su estrella se apagó. Para Manuel Reyes y otros participantes del llamado “fenómeno friki”, el programa era como una de esas fábricas que las grandes multinacionales tienen en Asia. Son malvadas y explotan a sus empleados pero si las cierras, la gente que malvive de ellas se queda en la nada. Y así se quedó Reyes.
El dinero que había salido por el grifo se fue por el sumidero. Lo gastó, o se lo gastaron, entre un representante al que apodaban “el Lince” (menudo ojo) y un sobrino toxicómano con quien acabó viviendo, ya de vuelta en Barbate. Su última aparición en televisión, en febrero de 2010, estuvo rodeada de la delicadeza habitual. El programa Sálvame conectó con su casa para, básicamente, mostrar la indigencia en la que vivía. La imagen mostraba a Reyes postrado en una cama junto al sobrino. Paz Padilla hizo, por supuesto, la retórica pregunta de qué había hecho con el dinero. En pantalla el letrero: POZÍ, DE LOS PLATÓS DE CRÓNICAS MARCIANAS A LA MISERIA DE SU CASA CUEVA. Tumbado boca arriba, Reyes balbucea “a mí quien me descubrió fue El Loco” pero nadie le hace caso, el sobrino comienza a discutir con un tertuliano sobre quién se ha pulido el dinero y Paz Padilla sigue preguntándole a Reyes cómo ha llegado a esa situación, y éste balbucea y balbucea como diciendo: preguntas equivocadas, no importa la respuesta.
Finalmente Reyes ingresó ese año en la residencia de ancianos Los Remedios, en Vejer de la Frontera. Presuntamente quien se hizo cargo de los gastos fue Javier Cárdenas, ahora conductor del exitoso magazín mañanero Levántate y Cárdenas en Europa FM. De su estancia en Los Remedios existe poca información, aunque se imagina uno la típica estadía de una estrella local en su ocaso laboral y vital. Que si salía en la tele, que si no le reconocía, y eso en una sala enorme de sillones donde, como en gran parte de las residencias andaluzas, Canal Sur estaría sintonizado non-stop desde las 8:00 de la mañana hasta más allá de la medianoche. Un sábado de enero por la mañana, a la edad de 70 años, Manuel Reyes Villar falleció.
Hace un par de años, Florentino Fernández intentó incorporar en El Show de Flo al personaje de Reyes a su comedia apta para el sistema. Otros de su misma escuela, como Miki Nadal y su “ay, omá qué rica”, tuvieron éxito con la apropiación así que, ¿por qué no intentarlo?
En una interpretación vulgar, Fernández se vistió con un traje de flamenca, una peluca, un collar, unos pendientes y un bolso. Comenzó a decir chascarrillos como “Amparo, ¿te has fumado un porro?”, cogiendo de aquí y de allá trozos de un discurso ya particularmente inconexo, como el de Reyes. Fernández, el Jay Leno patrio, un comediante para toda la familia, no imitaba aquí al Pozí real, sino a la versión editada, la de Cárdenas, mucho más loca, sinsentido, amariconada y estrafalaria. El pensionista gaditano que apareció por primera vez en televisión con un jersey raído era representado con un traje de flamenca y un bolso pero esto, dicen, es lo que pide el espectador. Cuando esta imitación –que hizo reír a parte del público– tuvo lugar, el personaje encarnado por Reyes, puede que el mismo Reyes, había desaparecido de la escena pública hacía más de tres años. Esto, en definitiva, es lo que queda de su aura.
Y? Que poco nivel el de este redactor.
Eso y que el cornudo es el último en enterarse.