(2011) T.O.: Bad Teacher Dir.: Jake Kasdan G.: Gene Stupnitsky, Lee Eisenberg Int.: Cameron Díaz, Justin Timberlake, Jason Segel, Lucy Punch, Phillys Smith.
Hay una escena en la última comedia de Jake Kasdan que nos da una idea del verdadero alcance de su artera subversión: un coito buscadamente bufo entre Timberlake y Díaz en el que ambos juegan a ir vestidos de pies a cabeza. Los roles, como las perspectivas, se mezclan y bifurcan en la ambigua era Obama: la sátira nace ahora de la suma de efectos dispares, del contraste de un pasado dominado por la doble moral y un presente marcado por la homogeneización de una incorrección profiláctica. Podría esta escena tener en la del incómodo trío de Todo sobre mi desmadre su justo contrario; mientras allí se trataba de equiparar la libertad sexual con un peterpanismo que, según papá Apatow, debía ser abandonado en la adultez, aquí se asume a las claras que el moralismo y la perversión siempre serán caras de la misma moneda trucada.
Bad teacher luce su hermosa carrocería disfuncional con orgullo. Apoyada en la complicidad de un magnífico plantel de actores, oscurece tanto sus aristas que el resultado llega a parecerse más a una película de Gus Van Sant (más Todo por un sueño que Elephant, claro) que a otra comedia de gamberrismo de guardería cuyos protagonistas necesitan ser engañados para drogarse (y no quiero mirar a Todd Phillips). Por supuesto que hay concesiones, pero no son especialmente significativas, daños colaterales necesarios para poner en marcha el engranaje que han tramado sus responsables: deconstruir la comedia de mensaje tan de los ochenta y noventa desde dentro, arrojando sus dardos en el mismo seno de la romcom familiar. Hacía tiempo que uno no veía en pantalla una juventud tan zombificada y sin visos de redención (quizá desde Billy Madison, otra comedia negra sobre la enseñanza cargada de bilis ejemplar), amén de un grupo humano de adultos condenado sin remedio por sus traumas de adolescencia. Lástima que la jugada, de puro insensata, no salga redonda, pues la película genera inmediatamente la antipatía de un público incapaz de empatizar con su personaje principal y de aceptar que los antagonistas actúen como personas de bien y no al revés. Con todo, la coherencia de su desenlace y la resolución de tramas puntuales (verbigratia, la del alumno enamorado de su compañera de clase) constatan que una extraña honestidad ha prevalecido sobre el conjunto. Y ahí es donde brilla, precisamente, lo áspero de su tesis: si hace diez años Una rubia muy legal reivindicaba la figura de la rubia tonta como un modelo moral válido, Kasdan nos dice ahora que esa frivolidad descastada, irresponsable y con un punto hortera que tan mala prensa ha tenido hasta hoy es, en realidad, harto preferible a la sempiterna autosuficiencia perdonavidas de la clase media. Adaptado a un universo icónico reconocible: mejor Belén Esteban que Anne Igartiburu.
Ni caso a los que digan que una entregada Cameron Díaz envejece mal y con saturación de bótox: pronto tendrá los mismos papeles que Isabelle Huppert y se reirá de todos los talibanes de la belleza filoaria que ahora andan dispuestos a cruxificarla. Su modélica interpretación sube enteros cuando comparte secuencias con unos inspirados Lucy Punch y Justin Timberlake, que bordan algunas de las mejores líneas de diálogo de toda la película.
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