Entrevista a Cristian Crusat, editor de “El deseo de lo único” de Marcel Schwob

Conocí a Cristian Crusat en una fiesta que transcurría, no sin ciertos equívocos, en un piso de Malasaña. Hace ya unos cuantos años… Uno de los tres anfitriones –pues se trataba de un piso compartido- era un pintor que había estado en la Fundación Antonio Gala de Córdoba, y supongo que la presencia del Sr. Crusat en la velada tenía que ver con su condición de ex becario de tal institución. A lo largo de la noche, sucedieron dos cosas que me sorprendieron e intimidaron -¡yo también era por aquel entonces una recién llegada a Madrid!-: a) mi buena amiga Mireia Laguna que era, en esas fechas, tremendamente menor de edad desapareció en algún rellano o armario o hueco inencontrable en compañía de un dudoso británico que se presentaba a sí mismo como guionista de cómics y cortometrajista, y yo, con toda lógica, como acompañante más o menos adulta de la chica, me sentía preocupada; y b) los dos anfitriones que jamás habían recibido una beca de la citada Fundación pasearon por la sala una coqueta bandejita plateada en la que había, simétricamente dispuestas, un buen número de rayas de cocaína. He de confesar que me quedé atónita: ¡pensaba que esas míticas fiestas madrileñas en la que repartían coca a diestro y siniestro entre los invitados eran una mera leyenda urbana! Inmediatamente, todos los invitados y anfitriones desaparecieron, esfumándose en dirección a los distintos dormitorios donde se dedicaron a esnifar y(supongo) comadrear con alegría y paz de espíritu. Nos quedamos en la sala tres personas: la novia del pintor, que era una diseñadora de moda muy agradable y muy tímida, Crusat y yo. Diré en beneficio del único varón que nos acompañaba, que Crusat hizo más llevadero ese momento de, por así decirlo, crisis existencial relatándonos con un irreprochable tono épico la vida y hazañas de Phil Anselmo, que, por si no lo saben (yo entonces no lo sabía) es el antiguo líder de un grupo llamado Pantera. Sólo algunos días más tarde descubrí que ese simpático joven era una firme promesa de las letras hispanas.

Ahora, aprovechando su edición de El deseo de lo único, una recopilación de textos inéditos de Marcel Schwob, un autor de culto del XIX adorado por Borges, Bolaño y otros muchos, aprovecho para presentarlo a los lectores de LPM. De lo que pasó más adelante con Mireia esa misma noche os hablaré en otro momento… Ay Mireia.

Pasemos a la entrevista.

CRISTIAN CRUSAT VISTO POR JOAQUÍN ALDEGUER

 ¿Cuándo fue la primera vez que leíste a Marcel Schwob?

Con diecinueve o veinte años, creo, estimulado por la lectura de algunos autores contemporáneos —especialmente Roberto Bolaño y Antonio Tabucchi—. Gracias a la referencia a Schwob que el chileno introduce en sus particulares consejos sobre el cuento, me topé con una obra que no ha dejado nunca de acompañarme y de sorprenderme, y a la que he consagrado mi tesis doctoral. En primer lugar, accedí a Schwob a través de las Vidas imaginarias y de los cuentos de El rey de la máscara de oro, donde se encuentra uno de mis relatos favoritos, que a veces ni recuerdo: “El País Azul”. Lo curioso es que cada día descubro cosas nuevas sobre Schwob, a menudo extremadamente raras. Y que me atañen. Por ejemplo: el día que murió mi perro, encontré por azar que uno de los perros de Schwob llevaba el mismo nombre que el mío. Y luego están los secretos vínculos que se disparan en todas direcciones: cómo la mujer de Schwob se convierte en profesora de una chiquilla argentina llamada Victoria Ocampo, fundadora de la revista “Sur”, o la sigilosa tradición schwobiana que fue abriéndose paso desde el Ateneo de México hacia toda Hispanoamérica. Por no hablar de sus descubrimientos en materia de argot y jerga criminal, así como los relativos al poeta François Villon. Marcel Schwob es, a mi entender, un escritor-universo: no sólo contiene en sí mismo un sinfín de lecturas y claves literarias, sino que a su alrededor, y por la labor sucesiva de varios autores posteriores, se ha ido tejiendo una fascinante leyenda que merece la pena conocer. Si la obra de Marcel Schwob es una auténtica biblioteca portátil, su vida es el relato de una apasionada vocación (un fenómeno que a alguien como a mí, que siempre ha creído carecer de ella, tenía que interesar forzosamente).

¿El libro de Monelle, Vidas imaginarias o La cruzada de los niños?

Su hallazgo principal, el libro por el que Schwob merece pasar a la historia de la literatura por derecho propio, es Vidas imaginarias. Sin embargo, en esos tres libros que señalas hallamos algunas de las muestras más poderosas de la escritura de Schwob. En mi opinión, el voltaje narrativo de “Palabras de Monelle” (primer capítulo de El libro de Monelle), “Petronio” (en Vidas imaginarias) y “Relato del leproso” (en La cruzada de los niños) es máximo. Schwob ejemplifica a la perfección la diferencia esencial entre escribir y escribir: entonces el hombre es el mayor —y más oscuro— secreto de todos. En la obra de Schwob, el Universo es un cúmulo de signos que aguarda todavía su nacimiento, como un embrión enfermo. Pues está escrito que una niñita vestida de blanco se precipitará a rebanarle el cuello en cuanto nazca. Por eso es posible mientras tanto la literatura, y de eso dan cuenta los ensayos de El deseo de lo único, la teoría de la ficción de Marcel Schwob.

Borges comentó una vez que en todos los países hay una pequeña secta de lectores de Schwob. ¿Nos das unas cuantas razones convincentes para hacernos schwobistas y no raelianos, testigos de Jehová o fundamentalistas islámicos, por ejemplo?

Tú misma me has ofrecido tres magníficos motivos al formularme la anterior pregunta. Pero reproduciré unas palabras de Simón el Mago (que —intuyo— goza de gran predicamento entre los colaboradores de La paz mundial), perfectamente aplicables a los libros de Schwob: «Ellos os ponen la mano en la cabeza para que os inspire el Espíritu Santo; yo os tiendo la mano para sacaros del polvo. Ellos os ofrecen la salvación eterna. Yo os ofrezco conocimiento y desierto. Que quienes lo deseen se unan a mí.» Schwob añade demiurgos, opio, cortesanas y la breve quimera de la unión amorosa. No lo dudes, Sofía, únete a la caravana.

¿Cómo te imaginas al lector anónimo de El deseo de lo único, de Marcel Schwob, al lector X que se lo encuentra en una librería, en FNAC o la Casa del Libro o, incluso, en el Corte Inglés y lo compra a sus padres, o se lo regala a su novia, o lo lee él?

Como a Petronio cuando alcanzó la adolescencia, que guardó su primera barba en un cofrecillo repujado y comenzó a mirar a su alrededor: de repente, hallará una inesperada encrucijada de nombres y títulos que abrevan en los libros de Schwob. Atajos, compuertas y cámaras secretas que conectan con los libros de Borges, Reyes, Wilcock, Vila-Matas, Tabucchi, Bolaño, Faulkner, Kiš… Pero también con Shakespeare, Villon, Diógenes Laercio o Stevenson.

Como alguien, en definitiva, que acude a una cita con uno de los autores más singulares que haya habido y cuya lectura, por lo tanto, le granjeará seguro— la aprobación de los padres de su novia. Creo.

Te consideran una de las grandes esperanzas de la literatura de este país. Sin embargo, llevas algunos años viviendo fuera, en Francia y Holanda. ¿Cómo ves desde allí el estado de la realidad española, de la literatura española?

Estoy contigo, Sofía: el humor es sexy.

Y sí, salvo Estatuas, el resto de libros —Tranquilos en tiempo de guerra, Breve teoría del viaje y el desierto, la edición de El deseo de lo único, de Marcel Schwob, y algunas traducciones y artículos— han aparecido desde que vivo en el extranjero. De hecho, alguna persona ha encontrado mis libros en “Narrativa extranjera”. Por desgracia, no puedo estar muy al corriente de la literatura española, aunque sí intento permanecer atento y cada poco pregunto a mis amigos qué merece la pena leer. Ha habido libros muy incentivos últimamente. ¿La realidad española? Me sublevan el sadismo de los políticos y la mala leche que han logrado trasladar a la población (porque no se ha vuelto realmente en contra de los políticos, sino que se ha convertido en una mala leche de andar por casa, de mirada aviesa a la cajera del supermercado, o al estudiante y al desempleado). Detesto la palabra emprendedor, y lo que encubre.  

 ¿Haber nacido en Marbella tiene que ver con el hecho de que escribes ficción?

Más bien nací en un lugar que se parece a Marbella (uno de tantos). En ese sentido, sí, por supuesto, tu comentario es acertadísimo, y además está relacionado estrechamente con la penúltima pregunta de este cuestionario, relativa al porno. Nacer en un lugar repleto de tipos sociales y morales, lugares comunes y folklore ayuda a entender la vida como un tejido de ficciones, aunque mis mentiras aspiren, al menos, a estar bien trabadas.

No sé si a ti también te sorprende que en esta época, la Era de Internet y la concreción, la mayoría de los best-sellers sean tochos monstruosos, enormes y aplastantes, ¿crees que el cuento despertará, finalmente, de lo que Bolaño llamó su sueño de hierro?

En realidad, Sofía, lo que dice Bolaño es que cuando la novela despierte de su sueño de hierro, el cuento seguirá allí. Yo también creo que permanecerá —al igual que la novela—, aunque sea bajo la apariencia de otras formas. Así, la novela soñará un día que es un relato flexible, concentrado y axiológico, y en consecuencia no le importará el desenlace ni lo que narra en realidad. Pero, al despertar, se dará cuenta de que no era más que una historia ajustada al marco novelesco de moda. Y entonces ya no sabrá si es un cuento en medio de un ensayo, una novela disfrazada de libro de cuentos o una mariposa azul revoloteando en una jaula de fuego.

En uno de tus relatos, una chica le dice a su amante adolescente «No puedo dejar que me la metas ni una vez más si no dejas de pensar que eres otro». ¿Pero no es inevitable lo de contemplarnos a nosotros mismos a través de nuestras fantasías y pesadillas?

Y de eso se trata, ciertamente. Has aludido a un relato de Tranquilos en tiempo de guerra, cuyas piezas fueron construidas desde la frágil y atemorizada visión de unos personajes enfrentados al amor y al desamor, lo cual eliminaba la posibilidad del recurso a la ironía (pues la ironía, en tales casos, no sólo puede desmentir el significado de todo lo que esos personajes dicen y hacen, sino la realidad de sus propias emociones, que ni ellos mismos llegan a comprender). Se trata, claro, del tipo de personajes que me interesan principalmente, es decir, aquellos que mantienen una difícil relación con sus propios sentimientos. En este sentido, el sexo mezquino representa un territorio narrativo muy propicio.

“Charly, el amigo de mi hermana”, uno de tus mejores cuentos, narra la redención emocional de un adicto al porno. ¿Crees que es un género que no ha encontrado todavía su adecuada expresión artística?

Al contrario, Sofía. Francamente, creo que el porno ha alcanzado uno de los principales ideales artísticos vanguardistas: la identificación total entre literatura (en este caso, el espectáculo pornográfico) y vida. Y al igual que el surrealismo pretendía ser mucho más que un estilo literario, el porno pretendió ser mucho más que un casillero de la parrilla televisiva. Nuestro mundo es un mundo porno: la publicidad y la música pop insinúan lo que el porno hace explícito, el 90% de la población se ha apropiado de los tics indumentarios y estéticos del porno mainstream, así como de gran parte de sus gestos y ademanes. Es lo que ocurre, entre otras cosas, cuando se actúa obstinadamente como si la muerte no existiera. Porque el porno pretende negar la muerte.

Narrativamente, el porno ofrece un par de lecciones muy oportunas sobre causalidad. Todo aquello que conduce el relato hacia el fin que persigue (en este caso la coyunda) es verosímil, y el espectador nunca lo pondrá en duda. Ha ocurrido, y ya está (como sucedían las peripecias en la Odisea, por otra parte). Es una forma de verlo. Por lo demás, tanto mundo porno cansa ya, tanta tensión mal encaminada, tanta indiferencia hacia la muerte… Me recuerda el último verso de un poema amoroso de Rafael Espejo: “(…) no soy tan físico”, carajo.

Una última pregunta, como melómano convicto y confeso, ¿el rock ha muerto?

Nunca, Sofía: Such hawks, such hounds. La confianza —como el amor— tiene que ser renovada periódicamente. Y sólo en el último mes, Bobby Liebling (véase al respecto el documental Last days here), un formidable concierto de Colour Haze y la rehabilitación de Matt Pike han vuelto a reforzar mi fe.

Muchas gracias por tus preguntas, Sofía.

 

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