Entrevista a Enrique Gallud Jardiel, autor de “Historia estúpida de la literatura”

Conocí hace 8 años a Enrique Gallud  de forma casual a través un blog en el que un servidor escribía chuminadas junto a un amigo. Me quedé literalmente tieso cuando vi su currículum y descubrí que es nieto de Enrique Jardiel Poncela (del que ha escrito una biografía y un ensayo sobre su teatro), es doctor en Filología Hispánica y  ha enseñado en universidades de España y del extranjero. Tras publicar más de treinta ensayos literarios, históricos y filosóficos, recientemente ha visto la luz Historia estúpida de la literatura,  su primer libro de humor en el que podemos encontrar artículos burlescos sobre literatura, versos imitativos, falsas reseñas de libros, textos apócrifos, parodias teatrales, burla de los talleres de escritura y otras cosas sorprendentes.

Le debía una entrevista desde hace tiempo, así que no podía haber encontrado mejor ocasión que ésta.

ENRIQUE GALLUD VISTO POR JOAQUÍN ALDEGUER 

¿Qué es el humor sin risa? ¿Qué es la risa sin humor?

Siempre se establece una distinción que a mí me parece inexistente: se habla de humorismo por un lado, que provoca sonrisa, y comicidad, que provoca risa; se ha dicho que el primero es muy superior al segundo por tal y tal razón o que el humor inglés es preferible a la comicidad española. Yo no comparto esta opinión. La sonrisa y la risa son distintos grados del mismo fenómeno, de la misma reacción. Lo que sí hay es un humor bajo y uno alto. El bajo es aquel que consiste en reírse de los defectos de los demás, en el sexo, en la escatología, en los ataque políticos o religiosos. Ése es el humor fácil que muchos pueden hacer y que abunda. El humor alto, el bueno, el de calidad, no necesita insultar a nadie; puede lograr risas con el ingenio y la inteligencia.

¿Por qué hemos tenido que esperar tanto para ver tu primer libro de humor?

Eso hay que preguntárselo a las editoriales, que tienen un pacto con las fábricas de kleenex y les revenden los manuscritos de los escritores sin echarles muchas veces ni un vistazo. Yo llevo publicando ensayos desde hace 25 años sin especiales problemas, pero también llevo escribiendo cosas de humor desde entonces, que, en cambio, no han interesado a las editoriales. Ahora, tras la aparición de Historia estúpida de la literatura, espero que esta situación cambie y pueda seguir publicando libros de humor, que es lo que más me gusta hacer. Este libro mío, aunque esté feísimo que yo lo diga, ha sido un éxito rotundo de crítica, sólo falta por ver si es o no también un éxito de ventas. La editorial Renacimiento-Espuela de Plata ha sido valiente publicándolo y eso hay que reconocerlo sin parar, porque es un libro distinto a las colecciones de chistes y monólogos televisivos que es prácticamente lo único que se publica como humor hoy en día.

¿Qué te diferencia de tu abuelo, además de la edad, la situación vital y un apellido?

Me diferencian mil cosas. Aunque pueda haber alguna semejanza —sería imposible que no la hubiera— no me considero en absoluto un jardielista en el sentido de ser un seguidor de su estilo. Mis maestros son otros. Dicho de otra manera: el influjo de Jardiel sobre mí no es el de sus obras, sino el de su persona privada. Desde pequeño he vivido en un ambiente humorístico, donde se hablaba en camelo, donde se tergiversaban los refranes, donde se daban respuestas absurdas, se inventaban palabras y se les cambiaba el nombre a las cosas. Eso te influye, indudablemente. Pero si se analizan mis escritos de humor se hallarán más semejanzas con la llamada «generación simpática del 98», con aquellos humoristas de principios de siglo, como Vital Aza, Juan Pérez Zúñiga, Enrique García Álvarez y Pedro Muñoz Seca. Tengo más influjo de Quevedo o de Mark Twain que de Jardiel. Sin olvidar, por supuesto, a los hermanos Marx.

¿Qué fue lo último que pagaste en pesetas?

No recuerdo si fue un yate o un café con leche, pero debió de ser un yate, porque creo recordar que no me devolvieron cambio.

 ¿Te has batido en un duelo al amanecer contra algún descendiente de Mihura?

Ninguno ha tenido valor para batirse conmigo. Y no me extraña, porque al estar la razón de mi parte, no hubieran tenido argumentos con qué defenderse. Para el que no sepa de qué va la cosa, contaré que Jardiel se quejó de que Mihura (que era compañero de letras en revistas de los años veinte) le copió procedimientos cómicos, lo cual no es un alegato arbitrario, sino un hecho constatado por la crítica literaria. Mihura se resintió, por otra parte, del éxito teatral de Jardiel, que era el amo del Teatro de la Comedia, por así decirlo, y estrenó todo lo que le dio la gana. Mihura, en cambio, no conseguía estrenar y tuvo que esperar a que muriese Jardiel en 1952 para estrenar Tres sombreros de copa, que la tenía escrita y en un cajón, muerta de risa, desde 1934. Yo creo que hay sitio para ambos en nuestras letras, pero muchos historiadores de la literatura no quieren incluir a los dos y mencionan a uno u a otro como el único maestro del teatro cómico del siglo XX.

¿Cuándo se cansa uno de parodiar y burlarse de todo? ¿Cómo imaginas la parodia o burla de tu  obra o de ti mismo?

Yo no me canso de parodiar y burlarme, y pienso seguir haciéndolo. Hago mía la frase de Juvenal, que decía: «Es difícil no escribir sátiras». El mundo que nos rodea es tan asqueroso que invita continuamente a la crítica. Tú sólo eliges el género y el grado de dureza de tus ataques. En cuanto a burlarme de mí mismo, lo hago continuamente; no en este libro reciente, pero sí en mi página cómica, «Humoradas».

¿En que se diferencia un verdadero escritor de un farsante?

Es difícil determinarlo. La definición más obvia de farsante literario es el del plagiador, del que hace pasar por suyas ideas de otro. Pero esto nos llevaría muy lejos. Shakespeare no tuvo ninguna idea original: la mitad de sus obras son vidas de reyes sacadas de las crónicas y la otra mitad son leyendas italianas que ya existían. Y no le vamos el negar el mérito. Los temas se repiten desde la noche de los tiempos, pero el literato honesto debe reinterpretarlos a la luz de sus tiempos, de su estilo propio. Debe buscarse la originalidad; el farsante sería el que se aprovechara de una tendencia y escribiera libros de complots templarios sólo porque un libro de ese tipo tuvo éxito en un momento dado.

¿Qué opinarías de alguien que calificara tu estilo humorístico como pasado de moda?

Lo consideraría un elogio. Desprecio profundamente las modas que, por definición, son pasajeras. A juzgar por las ventas, Belén Esteban está de moda; en cambio, Dostoyevski no lo está. Si la moda es un criterio de calidad para alguien, no puedo respetar la opinión de ese alguien. Yo no quiero estar de moda unos días; soy más soberbio y aspiro a perdurar. Además, lo que supuestamente pasa de moda, vuelve a estar de moda cíclicamente. Como dijo Wilde, no hay libros morales o inmorales, actuales o anticuados, o cualquier otra definición dicotómica, sino simplemente bien o mal escritos.

¿A qué preguntas temes más en una entrevista?

A ninguna. Desgraciadamente yo soy un bocazas y opino de todo, así es que ninguna pregunta me asusta. Si es un tema que domino, la contesto con aplomo y sensatez. Si no sé nada del tema, me lío la manta a la contesto igualmente.

 Después de haber vivido durante más de 15 años enla Indiay conocer profundamente su cultura, ¿qué podrías destacar sobre el humor indio (si es que el humor pudiera tener distintas nacionalidades)?

Los indios —no lo olvidemos— son un pueblo indo-europeo y, como tal, tienen unos esquemas mentales muy semejantes a los nuestros. En el teatro clásico indio, escrito en sánscrito en los primeros cinco siglos de nuestra era, hallamos recursos cómicos exactamente iguales que los que hay en las comedias de enredo de Lope de Vega o Tirso de Molina. Sus juegos de palabras se asemejan a los de los conceptistas. No hallo unas diferencias apreciables.

¿Cómo ves la relación entre literatura y humor en la  actualidad?

El humor siempre ha estado injustamente despreciado y la situación sigue siendo la misma. El humor no gana premios, no otorga prestigio al que lo cultiva. Hay grandes autores, aunque no muchos. En España tenemos a Eduardo Mendoza, un verdadero maestro del género. Hace poco murió el gran Tom Sharpe. Sin embargo, sigue teniendo más vigencia lo dramático, que es un género híbrido. Los griegos dividían su arte en tragedia y comedia y a ambos le daban igual valor y categoría. La tragicomedia, la mezcla de ambos elementos, es un gran invento literario. Pero lo dramático, el conmovernos con las desgracias menores, es a mi juicio, algo inferior, por lo fácil. Cualquiera puede conmoverte contándote una muerte o una enfermedad, sin que sean precisas la imaginación ni la habilidad narrativa.

Sabiendo  lo prolífico e hiperactivo que eres, ahora debes estar metido varios proyectos ¿podrías adelantarnos algo?

Tengo varios libros en prensa, sí; pero entiendo que me preguntas por escritos de humor. Trabajo a la vez en varias cosas. Una de ellas es un libro humorístico sobre la lengua española y sus peculiaridades, un manual de estilo al revés, un palo a la Academia y un rizar el rizo de las inmensas posibilidades cómicas de la lengua castellana. Otro trabajo es de carácter histórico: una colección de pequeñas biografías de personalidades del pasado, en clave desmitificadora, y empleando multitud de géneros literarios, desde el verso a la entrevista, pasando por la semblanza, el paso de comedia y todos los demás que son habituales. Sería la visión cómica de políticos, reyes, artistas y gentuza varia. Por supuesto, no descarto algún otro libro paródico sobre temas literarios. Veremos a ver quién se interesa por ellos.

 

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  1. ¡Aldeguer! ¡Artista!

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