Lamento por la esperanza perdida

Ayer a las 14:00, sin que nadie lo hubiese previsto y en una rueda de prensa convocada sólo con una hora de antelación, Esperanza Aguirre, sin poder dejar de jugar con sus papeles, nerviosa como nunca se la había visto en una comparecencia pública, anuncia que está cansada, que se va, mientras se le quiebra la voz.

El mundo de la política española en general y madrileña en particular pierde a una gran super-villana, y al igual que la muerte del desenmascarado Darth Vader ante su hijo Luke, es una auténtica pena. Es una pena porque que una persona consiga generar tantos odios y aún así salir elegida durante casi 10 años consecutivos es muy bonito. Y es que cuando todavía no se había puesto de moda implicarse en política porque todos nos podíamos comprar un cochazo, esta señora ya estimulaba el apéndice político del español medio, ya estuviese éste situado en el hemisferio izquierdo o en el derecho de su cerebro.

Es una pena porque todos necesitamos un villano, alguien que encarne todo con lo que estamos en desacuerdo, ese alter-ego nos define tanto como nuestros aliados (o incluso más), por ello necesitamos que sea fuerte, carismático, que su maldad esté a la altura de nuestra justicia. Y Esperanza estaba a la altura, sin ninguna duda. Ha sido el líder de la derecha más carismático que he conocido en España: una mujer convencida y convincente, irónica, infinitamente más fuerte que sus compañeros masculinos de partido, una mujer que ya querría la insulsa izquierda, que a pesar de dárselas de feminista, nunca ha contado con una miembra que se la pudiese comparar.

¿Qué maliciosa sonrisa arderá ahora, impresa, sujeta por las manos de una linda punky en las fiestas que organiza la Tabacalera de Lavapiés, a ritmo de Ska? ¿Acaso la de ese cejudo teleñeco que sale en la última de Garci? No, la sonrisa de ese hombre está al revés, sería catalogada como boca triste en un ser humano normal, inspira lástima. Esos ojos bonachones bajo esa espesura no conseguirían despertar nuestro odio aunque nos estuviese diciendo que dejar que las mujeres elijan sobre si quieren abortar o no es violencia estructural.

El hombre de la triste comisura

 

Sin Esperanza se nos queda una plasta informe y voluble, sin el menor interés, en la derecha española y sólo si se alza Rita Barberá podrá cambiar eso. Se nos va la diana a la que lanzábamos nuestros dardos cuando llegaba tarde el autobús, nos tocaba esperar en la seguridad social, nos llegaba una multa, cuando algo iba mal en la Comunidad de Madrid. Nos quedamos, en definitiva, como se quedarían los gobiernos de Cataluña y Euskadi si finalmente consiguieran la independencia.

Pero lo que da aún más pena es la alegría de la gente de izquierdas, que celebra que el malo se vaya porque está cansado, por el cáncer, no por una resistencia feroz. Celebran que el malo dimita por enfermedad porque no han podido derrotarlo ellos mismos.

Aunque supongo que España es así, una tierra sin héroes en la que los malvados sólo se van porque mueren, o porque están cansados, pero en la que todos lo celebramos como si lo hubiéramos conseguido nosotros.

 

1 Comment Already

  1. Por mucho que me duela que, tal y como murió Franco, Esperanzita se nos vaya a ir por enfermedad y no por guillotinazo en la plaza, me parece una justicia muy poética que aquella que recortó en Sanidad y apoyó una privatización de esta, deba renunciar a su puesto soñado en la Inquisición, por un cáncer. Un hermoso cáncer. 

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