REO: La noche que el Nasti fue una iglesia

Antes que para un antro de modernos como el Nasti, que acogió su concierto del viernes pasado, las letanías diabólicas de Reserva Espiritual de Occidente son más aptas para ser experimentadas al aire libre, en un crepúsculo particularmente tormentoso o bien a noche cerrada, bajo tierra, los ojos también cerrados y la cabeza hundida, que es como se escuchan también los fados portugueses, los de verdad. Admitiré que apenas había escuchado su música antes del concierto, no por falta de interés sino por mero olvido, es de esas cosas que se quedan ahí, en los intersticios de los días. Sabía que Wences y Svali (y Rubén Rodrigo, Mario Zamora y Fernando Rujas) tenían un grupo y tal, pero una cosa es saber eso y la otra es comprobar que no es una broma, en ninguna de las acepciones de la palabra, y que Svali impone cual sacerdotisa de un culto. Un culto que se dedicara a extraer flores raras de las turbias avenidas de la iconografía tradicional cristiana, el folklore y los asesinos en serie. ¿Folk industrial para espíritus agrestes? ¿La cara oscura del retorno a la música de pueblo que preconizan Lorena Álvarez y su Banda Municipal? ¿El acompañamiento sonoro ideal para leer a los escritores del Círculo de Cthulhu? Quizá.

Tras el vitamínico calentamiento previo al que nos sometieron Paseos Nocturnos (el tándem formado por Óscar Barras y Fernando Junquera, que se estrenaba en directo esa noche), empezó la procesión de REO, cuyo segundo tema, cantado en italiano, que es el primero de su LP La noche blanca, nos hizo sentir como si estuviéramos en un momento particularmente atmosférico de alguna película de terror italiana de los sesenta o setenta. Y hablo en plural porque luego contrasté dicha sensación con algunos de los asistentes al concierto, entre los que se encontraban Mario Gil, de La Mode; el jefe de lo que antes era El País de las Tentaciones y ahora es EP3; el gran José Sanz de Vanishing Point y una simpática pareja segoviano-granadina que se había desplazado a la capital del reino de España expresamente para no perderse la ceremonia. También había unas cuantas chicas guapas, para que no se diga: particularmente yo no podía dejar de buscar con la vista a una elegante señorita cuyo vestido de luto y de gala al mismo tiempo dejaba al descubierto prácticamente toda su columna vertebral. La mía, mi columna, se estremeció de una forma similar a la vez que, hace muchos años, entendí un rato después de ver la película el final de El proyecto de la Bruja de Blair al recordar la historia de ponerse cara a la pared. Es desde luego un placentero desconcierto el estar oyendo una evocadora canción de cuna sin saber que está dedicada a un célebre asesino en serie ruso o respirar de satisfacción y de gozo con la bellísima “Primavera” hasta que, de repente, procesando fragmentos de la letra te percatas de que es un himno militar, de la División Azul para ser más exactos. Y, aun así, sigue siendo hermosa, porque la música de verdad no entiende de ideologías o al revés, las ideologías de verdad no entienden ni de música ni de casi nada porque no son más que basura para tratar de aprehender y ordenar el mundo, en vano, por supuesto. A quien le funcionen, claro está, que las disfrute, pero la música es otra cosa. REO son otra cosa.

No Comments Yet

Deja un comentario