Los combatientes,de Cristina Morales, ganó el premio INJUVE 2012 de narrativa. Esta joven escritora con sentido de la política, con sentido de Estado y sentido común, es muy consciente de los tiempos convulsos en los que vivimos, de sus culpables, de los que debieran ser sus libertadores, y realiza una anatomía feroz de nuestra sociedad. Una sociedad podrida que debe revelarse y que está tardando en hacerlo por una educación social mal entendida, por el miedo implantado desde los años, por la conformidad con la comodidad que, ¡ojo!, ya se desvanece…
Esta obra ejerce como despertador a aquella ciudadanía dormida, y lo hace como desde siempre se hizo, a través de la reflexión, de las preguntas, y por qué no, desde el sentido del humor. La autora expone y propone con inteligencia, y me repito, con sentido común, una reinvención fundamental, una revisión necesaria y que, como sabemos muy bien los que nos revolvemos desde hace tiempo, sin ella sería el final.
Hola Cristina, para contextualizar un poco, me encantaría saber en qué momento te alcanzó el 15M, y si fuiste integrante desde el principio.
Alcanzarme, lo que se dice alcanzarme, no me alcanzó nunca. El nacimiento y el estallido del movimiento me pillaron en Nueva Delhi, estudiando mi último curso de Derecho, así que imagínate la distancia física y anímica que había entre el 15M y yo. Me enteré por el telediario que veía en diferido por internet. Nunca he sido integrante del 15M, tampoco cuando regresé a España. De hecho no comparto sus consignas ni sus métodos.
En Los combatientes tus personajes pertenecen a un grupo de teatro, al que además dedicas el libro. ¿Sigues involucrada en el teatro? ¿Tienes algún proyecto? ¿Seguirá la misma línea reivindicativa de tu libro?
En el grupo de teatro de la Universidad de Granada, del que fui miembro durante mis años de estudiante, todos hacíamos de todo en mayor o menor medida, las nuestras eran creaciones colectivas. Me gusta mucho interpretar, es lo que más hice en el grupo además de adaptar textos, no tanto escribirlos. Yo no había escrito teatro, no había pensado y reflexionado el teatro como autora hasta Los combatientes, que, estando publicado como novela, es también un texto dramático que puede escenificarse. Aunque siempre he escrito prosa, creo que cuando se trata de teatro el autor tiene muchas posibilidades expresivas, el teatro es un espacio muy agradecido donde caben muchos géneros y muchas formas. Cosa distinta son las posibilidades de la compañía que se trate para poner un texto en pie, empezando por las posibilidades económicas, pero yo creo que el autor teatral, igual que el compositor, debe crear sin pensar de qué calidad será el violín y cuán hábil será el violista, porque eso limita la creación a lo conocido, eso vuelve al autor cautivo de sus propias experiencias. La otra cara de la moneda es que el compositor, como el dramaturgo, debe asumir que el violinista interpretará la pieza como mejor sepa o pueda o entienda, o simplemente como le dé la gana: Antígona se representa en el anfiteatro romano de Mérida y en los institutos de enseñanza secundaria. Me gustaría seguir indagando en la dramaturgia, si bien es cierto que lo próximo que verá la luz, espero, será una novela que ya tengo terminada. Reivindicativa es, pero no lo es quizás tan explícitamente como Los combatientes.
Ahora vives en Barcelona, ¿Por cuestión de trabajo o precariedad?
Pues vivo en Barcelona de pura chiripa. Acababa de terminar las carreras (estudié dos: Derecho y Ciencias Políticas), también acababa de terminar la novela de la que te acabo de hablar, y empecé a ver opciones laborales y académicas. Mi último cartucho era Barcelona, y si estoy aquí es porque agoté todos los cartuchos anteriores, que no fueron pocos. Así que, si no precariedad, sí hay mucho de improvisación. Yo no sabía que me venía a vivir a Barcelona hasta dos días antes de venirme a Barcelona. Hay precariedad, hay improvisación y hay huida. Pero no me quejo, estoy a gusto, me trata bien la ciudad.
En tu libro dices que todos tus conocimientos literarios son sospechas, que te acercas a la literatura y a casi todo desde la sospecha, que la sospecha debería considerarse otro método científico. Pero la sospecha ya es uno de los métodos más asentados de las ciencias sociales gracias a Marx, Freud y Nietzsche, sus fundadores inherentes. ¿Consideras que esta idea de la sospecha solo existe en Filosofía, pero que no existe aún una actitud similar en la población frente al sistema, al lenguaje, a las fantasías? Tal vez sea una cuestión de motivaciones…
Marx ingenió un determinismo fabuloso: la humanidad caminaba inevitablemente hacia la dictadura del proletariado y después hacia la sociedad sin clases. Podemos llamar a eso “sospecha”, porque desde luego hay que sospechar mucho y muy infundadamente para llegar a creerse eso, ahora o en el siglo diecinueve. Cuando la protagonista del libro habla de asentar la sospecha como un método científico más, lo hace para poner un poco de orden en sus prejuicios, para legitimarlos ante sí misma y ante los otros. Pero eso es lo que hace la ciencia, que es una creación humana tan prejuiciosa como la filosofía o la religión o el fútbol o la dictadura del proletariado. La ciencia hace lo que puede para legitimarse, pero toda ella está fundada en sospechas de las que más o menos nos hemos ido convenciendo: anda que no hay que sospechar para dar por sentado que hace no sé cuántos millones de años un meteorito cayó en la Tierra y acabó con los dinosaurios. Y anda que no hay que sospechar para dar por sentado que existieron los dinosaurios. Creo que sospechamos de más, pero en el sentido equivocado: hay sospechas que guían nuestra acción, nuestra manera de proceder, y que damos indubitadamente por buenas, por verdades. Que el nombre que aparece en la lista electoral se corresponde con el de alguien que va a defender los intereses de sus votantes debería ser una sospecha, no un hecho, y sin embargo como un hecho lo tomamos. En vez de conceder al candidato y a nosotros mismos el beneficio de la duda, en vez de dudar del resultado de esa ecuación que nos han enseñado, vamos y metemos la lista electoral en un sobre y el sobre en una urna. Creo que el primer paso es entender que eso de los dinosaurios y de las listas electorales es lo mismo de sospechoso que la muerte de Bin Laden o que el fin del mundo en 2012.
Según tus palabras, “la naturalidad es como una mala simulación, que la naturalidad es para malos creadores que no tienen nada que crear ni nada en que creer”. Tu propia obra mezcla varios géneros literarios, es una novela donde se entromete y entrelaza el teatro, rompiendo la continuidad y unidad del texto, agitando al lector, invitándole a la reflexión, algo tremendamente Brechtiano. ¿Tú crees que a nuestra generación hay que provocarla intelectualmente porque parece estar acomodada a pesar de la situación actual ?
A mi generación lo único que la provoca es perder su comodidad. Es entonces cuando se moviliza y monta el 15M. Cuando los títulos universitarios ya no le sirven para conseguir un trabajo bien remunerado, o cuando no le dan becas, o cuando se disparan los precios de los pisos y no puede independizarse, es entonces cuando un miembro de mi generación decide protestar. En nuestros días la movilización se realiza exclusivamente para la defensa de lo existente y no para su cuestionamiento radical. Esto lo explica muy bien el Colectivo Cul de Sac en un libro magnífico de apenas 60 páginas que se llama 15M: Obedecer bajo la forma de la rebelión (Ediciones El Salmón, 2012, 4 euros para más señas), y a cuyos argumentos me adhiero punto por punto: “El tiempo de la indignación es el tiempo de la defensa de los privilegios, no el de la revolución contra el orden que los produce. Ir en su contra supondría aceptar una reducción drástica de muchas comodidades y prebendas que la organización técnica nos ofrece, y esa perspectiva no es alentadora para la mayoría. Más bien es exactamente lo contrario de lo que defienden cuando se indignan”. Brecht no era ningún radical, era todo un pedagogo, un moralista socialdemócrata. Su teatro y su poesía nos hacen reflexionar, sin duda, pero a mí francamente lo más que me provocan son ganas de responderle al propio Brecht, y no es poca cosa: Brecht despliega un gran discurso, una gran narración del mundo, cosa que hoy ni los escritores, ni los filósofos, ni los académicos, ni los políticos hacen. Yo quiero pensar que, aun no compartiendo el discurso de Brecht, sí que hago como él: que escribo mi discurso, que mi mensaje es comprensible y por tanto susceptible de ser confrontado con otro discurso.
Tienes una capítulo fantástico, “Hamletada” dónde hasta cierto punto defiendes la naturalidad, dónde se busca implicar emocionalmente al espectador, intentar que se proyecte o reconozca en los personajes y en los conflictos y que le resulte inevitable plantearse actuar. ¿A lo mejor, en estos tiempos tan convulsos, necesitamos la naturalidad para llegar más rápido al espectador y así motivarle a sospechar y actuar?
En el capítulo al que tú te refieres se describe una manipulación de los sentimientos de un actor por parte de una actriz. La actriz emplea malas artes para poner al actor en un aprieto y librarse de él, o sea, que la actriz acude a un artificio, le monta una encerrona al actor, no hay gota de naturalidad en su proceder, lo tiene todo calculadísimo. Pero el actor tampoco actúa naturalmente, porque lo natural en él es disimular su condición, esa que tanto le molesta a la actriz que lo putea. La naturalidad es un artificio más, otro modo de presentarnos ante el mundo, otro modo de escribir, pero modo al fin y al cabo, y es, además, el modo que más disimula porque no se presenta a sí mismo como modo sino como verdad: los naturalistas de las artes quieren hacerte creer que la vida es esa cosa parecida al día a día de un tipo de clase baja o media o alta, con sus alegrías y sus desgracias, con esa gama de grises, esa estética de lo cotidiano. ¿Por qué va la vida a parecerse más a la película Amélie que a Los viajes de Gulliver? Si al espectador o al lector le damos naturalidad, si creamos un buen ingenio naturalista, yo creo que lo estamos apoltronando más en el sofá porque le estamos proporcionando algo que ya conoce por el telediario. A mi entender, uno se siente motivado cuando lo que le entra por los ojos no le resulta del todo cercano, cuando se sale de los límites de su experiencia y le inquieta. La motivación, en mi caso, nace del extrañamiento.
Resulta más que comprensible y necesario que estallase un movimiento como el 15M . Pienso que tuvo una repercusión mediática increíble. ¿Crees que no se ha sabido aprovechar el tirón inicial, que se ha ido diluyendo quedando como un golpe de efecto momentáneo?
Como te decía antes, sí, es comprensible que el privilegiado salga a la calle a reclamar sus privilegios porque nadie quiere perder sus privilegios: los burgueses salieron a la calle en 1789 y le cortaron la cabeza a Luis XVI porque no les levantaba las trabas feudales al comercio. Necesario dudo que haya sido el 15M, igual que dudo de si fue necesario que rodara la cabeza del rey, aunque por lo menos rodó una cabeza. El 15M, en cambio, despachaba todo desde el plano de lo simbólico: manos levantadas, resistencia pasiva, respeto, respeto y más respeto (¿cuánto crees que respetaba Robespierre a Su Majestad, o cuánto respetaba Lenin al Zar antes de mandarle un pistolero, o cuánto respetaban nuestras decenas de golpistas del siglo diecinueve a Fernando VII? Por eso me caen bien los escraches, que, siendo unos privilegiados en defensa de sus privilegios, por lo menos le han perdido el respeto a los políticos, y eso es un paso previo imprescindible: saber que no todo es respetable). En referencia a la repercusión mediática, vuelvo a citarte a los inteligentísimos Cul de Sac: “…ni siquiera la participación fue tan masiva como quisieron reflejar los medios de comunicación (¿por qué ese interés en recalcar la representatividad de ese movimiento?). Los periodistas dijeron, y muchos de los participantes así lo creyeron, que las tomas de la plazas representaban la voz del malestar social; algo que como demostraron los resultados de las últimas elecciones generales era mucho más que exagerar. Así, tratar de orientar políticamente lo que sólo pedía a gritos subsistir en la indolencia ha sido la tarea histórica de la indignación organizada”.
Tú dices que la juventud debe erradicar el sistema pero desde la política. Creo que la política hoy en día está más que denostada y que los jóvenes no creen en ella. ¿No crees que el 15M, tendría que haber canalizado más sus energías en la creación de una fuerza política estructurada, jerarquizada?
Los jóvenes de Los combatientes son muy distintos a los jóvenes del 15M. Los jóvenes de Los combatientes creen que hay que potenciar el conflicto generacional: aquí los jóvenes y sus fusiles, allí los viejos y sus despachos. Los combatientes, además, hablan de los jóvenes no sólo como categoría biológica, es decir, como aquellos que tienen menos años, sino además como categoría histórica: joven es el que coge el fusil, tenga 20 años o 60. Viejo es el que se queda en el despacho, tenga 20 años o 60. Los jóvenes (y también los viejos) del 15M no es que no potenciaran el conflicto generacional, es que no potenciaban ningún tipo de conflicto, es que eran de un pacifismo exasperante. ¿Cómo se pretende cambiar algo si no es comparándolo con otra cosa y confrontándola? La verdad es que la conversión del 15M en partido político sería el colofón de su lógica liberal: en tanto que el 15M reclamaba una mejora del sistema actual, qué mejor sitio para promover esa mejora que dentro del sistema, que consiguiendo votos, que promulgando leyes. Los jóvenes del 15M reclaman unos diputados buenos, quieren que su voto cuente. Los jóvenes de Los combatientes no votan porque votar es formar parte del sistema de los viejos, y a los viejos no los quieren ni en pintura.
Tú escribes “Adoptada por los núcleos aparentemente más revolucionarios y subversivos, el pacifismo es una actitud regresista, cansada y conservadora” La queja ya está instaurada, pero sólo se queda en eso, falta más energía para el cambio, para la revolución, estamos ablandados por el pacifismo, por el conformismo. ¿ Después de la revolución del 15M, ahora qué? ¿Qué actitud debería tomarse? ¿Cuál es el límite?
Llamar revolución a lo del 15 de Mayo de 2011 me parece no una exageración, sino una deformación de la realidad. El 15M es paradigmático del uso banal y en ocasiones perverso que se le da a la palabra revolución: “la revolución ha entrado en el carril de las costumbres”, dicen los Cul de Sac. “Desde la revolución de un dentífrico anticaries a la revolución informática, pasando por distintas revoluciones nacionales y democráticas, todo acontecimiento, para realizar su puesta de largo ante la opinión pública, debe lucir una pátina revolucionaria que lo haga deseable”. El siglo XX generalizó las revoluciones domésticas, y sin ser mi intención comparar el 15M con una pasta de dientes, sí es verdad que la revolución del 15M y la revolución de la pasta de dientes apelan a lo mismo: “a dar importancia a lo pequeño, siempre a costa de que las grandes cuestiones continúen aplazadas ad infinitum”. La queja está instaurada, como tú bien dices, y no pasa de queja no porque no pueda avanzar, sino porque no quiere. Bien claro se proclamaba desde dentro de la acampada “15M sí, radicales no”. O sea, que aquí se viene a pedir impuestos más progresivos, no a asaltar el Banco de España. Así que unir 15M y revolución es lo propio de la mercadotecnia política y económica de este siglo y el pasado, es lo que necesitaba el movimiento para venderse igual que se vende el dentífrico. Los indignados son buenos ciudadanos que llamaban a los policías “compañeros de azul” y que preferían “no darles motivos” para actuar. Ningún indignado se paró a pensar de dónde venía ese pacifismo: nos quieren hacer creer que esto es la paz porque no hay tanques por la calle, quieren hacernos creer que la guerra es lo que echan por las noticias, nos advertía el recientemente fallecido Agustín García Calvo. Quieren hacernos creer que la esclavización a la que nos someten día a día será mala, pero al menos estamos en paz, a diferencia de esos pobres sirios, que sí que están en guerra. El Estado, incluido el español, es una máquina bélica, pero más máquina bélica es la industria y los mercados. La violencia se ejerce sobre nosotros, españoles de 2013, de una manera tecnificada y sofisticada, sublimadísima, sin necesidad casi nunca de derramamiento de sangre, teniendo sin embargo bastante sangre a la vista en estos tiempos: qué bien dicho está aquello de “no son suicidios, son asesinatos” cuando un padre de familia se quita la vida por no poder pagar la hipoteca. Ya no hace falta que nos saquen de casa de madrugada y nos den el paseíllo hasta el paredón. No nos pegan un tiro porque no quieran, sino porque ahora hay otros modos de aniquilarnos. Si me preguntas por la actitud que debería tomarse, te diría que, como llevamos las de perder volviéndonos terroristas, cosa que además no pasaría de ser un divertimento antisistema, sólo nos queda ser radicalmente pesimistas, ser conscientes de que no hay protesta que el sistema no engulla, no hay reivindicación de derechos que no sirva para seguir alimentando al monstruo, luego lo mejor es no hacer nada, es decir, hacer lo que te dé la gana: ser un improductivo, un mantenido, un niño pobre. Participar en una eterna huelga de brazos caídos. Entre las opciones de no hacer nada y el grupo terrorista me muevo. Los días que me levanto más optimista pienso en la opción terrorista.
También reivindicas el feminismo, sacas a relucir pequeños detalles en el lenguaje y en las actitudes que revelan un fondo patriarcal y machista horrible. ¿Te has enfrentado con este tipo de actitudes con gente que lucha codo a codo contigo? ¿En ambientes más reivindicativos o progresistas?
En Los combatientes, más que reivindicar el feminismo, se denuncia la hipocresía y la estupidez presente en el discurso feminista institucionalizado. Todo proyecto político, incluido el feminismo, eleva místicamente los intereses de un grupo a intereses de toda una comunidad. El feminismo institucionalizado, el que aspira a la igualdad de hombres y mujeres, nos dice que la consecución de la conciliación de la vida laboral y familiar y que la paridad en las listas electorales y en los consejos ejecutivos son objetivos que nos benefician no sólo a todas nosotras, sino también a los hombres. La proclamación de esas leyes beneficia a toda la sociedad, nos dice el feminismo orgánico. O sea: crea una falsa comunidad de intereses. A mí la conciliación de la vida laboral y familiar me importa bien poco, y las cuotas de las listas electorales y en las empresas ya ni te cuento. Esas leyes feministas proyectan la imagen de una superwoman que no es sino la que el sistema (patriarcal, por descontado) quiere: una mujer a quien no es que se la libere de sus tareas tradicionales, sino a quien se ayuda para que siga haciendo sus tareas tradicionales y además haga las tareas tradicionales de los hombres. Si antes querían una esclava, ahora quieren una súper esclava. Ese feminismo orgánico es sin duda propio de la progresía, de los creyentes en el progreso y el desarrollo, respondiendo a tu pregunta. Es el impulsado desde el poder (patriarcal, insisto) y el más fomentado por los últimos gobiernos del partido socialista, un feminismo que espera de nosotras que seamos a la vez buenas esposas, buenas madres, buenas amantes, buenas trabajadoras, buenas empresarias y encima que estemos buenas. Ese mensaje ha calado en hombres y en mujeres y es hoy en día hegemónico, no se limita a pequeños detalles del lenguaje, si bien el uso del lenguaje es el primer síntoma de la hipocresía y la estupidez: “Ellas también cuentan” era el nombre de una mesa redonda sobre mujeres escritoras organizada por la Junta de Andalucía en la feria del libro de Granada del año pasado, y es esa mesa redonda la que Los combatientes denuncia.
Te muestras combativa, firme en tu discurso en cuanto a la política y el cambio, sin embargo, me encanta que en la historia de amor del libro, muestres a tu personaje vulnerable, apasionada, con dudas. ¿Por qué has introducido una historia de amor en este libro tan reivindicativo?
No me parecen asuntos excluyentes. De hecho, la historia de amor fue la mecha que prendió a las otras historias y las hizo estallar. La narración de la historia de amor me dio pie a narrar las otras. Conforme la escribía me daba cuenta de que la forma en la que los personajes se amaban traía cola, no se limitaba a un asunto sentimental sino que respondía a una cosmovisión que incluía la política, el arte y los otros temas que he querido plasmar en el libro. Como te digo, en Los combatientes no sólo no son temas excluyentes el amor y la política y los otros, sino que de hecho se explican y alimentan entre sí. La historia de amor de la novela (o las historias, porque hay dos, la de los escritores y la de los actores) necesita de los otros temas para mejor dibujarse, no se limita a lo romántico, y si me apuras es todo menos eso. Entre el escritor y la protagonista hay un amor cortés a lo bestia, un amor pre-romántico, no expresado en el poema de amor sino en el cantar de gesta, y ese cantar de gesta es Los combatientes.
Estupenda entrevista!! Muy interesante.
Lo que es “interesante” es que Cristina Morales haya plagiado textos y párrafos enteros de “Discurso a las juventudes de España” (1935, Ramiro Ledesma Ramos), algunos incluso citados aquí por el entrevistador, y que hasta hace apenas unos días nadie se haya dado cuenta. Sintomático de nuestra España.
Más interesante es lo mala que es como escritora. Para llorar.
Si de verdad esta chica ha escrito en su novela “actitud regresista” es para empalar al corrector de Caballo de Troya. Y de paso mandarla a ella a un curso de alfabetización para proyectos de escritor. Sin duda, estamos en tiempos intelectualmente regresivos.