Roberto Cueto, programador de la Cineteca, me presenta a Jonás Trueba en la Sala Azcona. En realidad es un favor que le pido a mi estimado profesor de la facultad, “oye, preséntame a Jonás que le quiero hacer una entrevista sobre Los ilusos”. Es más alto de lo que me imaginaba, e igual de tímido como presuponía. Tras las presentaciones y mi petición, entramos en la sala de cine donde el director charlará con los espectadores tras la película. Me dice Roberto que se ha formado un movimiento increíble con Los ilusos, que todos los días se llena, y que hay gente que incluso repite. Quedamos para el día siguiente. La entrevista empieza media hora más tarde, ya que ese día es el último pase de la película y Jonás está a full, se ocupa de todo y de todos. Pero finalmente me atiende y nos sentamos. Mientras le hago la entrevista, una de sus actrices le trae una copia pirata que venden por la calle. Creo que le fastidia, pero pienso que en el fondo también le halaga que una película como la suya, tan vanguardista y minoritaria, se venda copiada junto a las más vistas de la cartelera actual. Jonás se explica estupendamente, es un tío inteligente y me doy cuenta que esta estrategia de distribución es perfecta. Creo que lo tiene todo pensado al milímetro, y que se lo ha currado. Los ilusos vuelve en mayo a la Cineteca.
En Los ilusos hay varias referencias sobre matar del cine: el título de uno de los episodios se titula así, el protagonista en un momento dado arroja unas cintas VHS al contenedor, “matándolas”, diría yo; y en otra escena unas niñas pisan y destruyen -jugando- los celuloides de unas cintas. Lacan decía que hay que matar al padre, matar a tu influencia para crear tu personalidad propia, ser original. A su vez, esto entronca con la idea de Truffaut de acabar con el cine de Papá. Para rizar el rizo, tú le dedicas la película a tu padre. ¿A qué viene toda esta masacre?
Me parece muy divertida tu reflexión, porque en gran medida se ruedan las películas, o se pintan los cuadros, o se escriben las novelas, para que luego otros se lo pasen bien escribiendo teorías al respecto. Pero no dejan de ser análisis a posteriori. Cuando uno realiza su obra no piensa en ninguna de estas cosas, pero, dicho esto, no me parece mal que tú las veas. Yo nunca he tenido la intención de “matar” a mi padre, al contrario tengo muy buena relación con él, pobrecillo, ni siquiera simbólicamente, al contrario, por eso esta película está dedicada a él. De alguna manera es una película que dialoga con algunas de las suyas, aunque creo que nos diferenciamos mucho en el cine que hacemos. Tenemos muchas diferencias, pero como las puedo tener con mis mejores amigos, y eso es sano. Aunque también compartimos películas que nos gustan y maneras de entender el cine. Esto de matar al padre me hace gracia, ya un crítico dijo de mi primera película que “me había faltado matar al padre y al tío”, a lo que mi tío David contestó que “Freud no dijo nada de matar al tío”. Siempre quieren hacer el análisis de mis películas desde mi apellido. Es inevitable, pero no me molesta. De todas formas, puede que todo esto esté ahí, no puedo analizarme a mí mismo. Y lo de matar al cine, quiero que quede claro que es de una manera irónica. Es una forma de reinventarse, de no dejar de ser un amateur del cine y seguir rodando las películas como si fueran la primera. Creo que habla más de eso que de otra cosa.
Tras la muerte, hablemos del amor. Empecemos por la mujeres. En tu primera película, Todas las canciones hablan de mí, pierdes a tu amor de la adolescencia y quieres recuperarlo. En cambio, en Los Ilusos las mujeres aparecen y desaparecen, se mantienen en segundo plano, toman el primer plano, fluyen por el metraje, asistiendo a varias relaciones del protagonista. ¿Has pasado del amor idealizado, del primer amor, a la compleja vida amorosa adulta?
Mi primera película miraba más hacia el pasado. Estaba construida sobre los recuerdos de una pareja, y existía una especie de bucle temporal en el que pasado y presente se confundían. Y había quizá una idea de aferrarse a esos recuerdos, de no querer terminar de separarse de alguien. Quizá ahora no haría esa misma película, y Los ilusos responde a otro momento vital. Siempre he pensado que las películas responden mucho a momentos vitales, y que son un reflejo de tu estado de ánimo de ese momento. Los Ilusos es más tranquila que Todas las canciones… Aunque a veces pueda parecer más dura o más áspera, creo que es una película más positiva, más esperanzadora y proyectada hacia el futuro, que no mira jamás al pasado. Está en un presente que se debate incierto, volátil, pero que finalmente dispara hacia delante.
Hablemos del amor por el cine. Tus personajes hablan de cine todo el tiempo, hacen referencia a secuencias de películas, hablan de cineastas, les citan… el propio protagonista es director. Lo curioso es que su profesión permanece en segundo plano en la historia, nunca le vemos rodando. Me recuerda a algún personaje de Hong Sang-Soo, como el protagonista de Noche y Día, un pintor que se ve obligado a huir a París, donde le vemos vivir intensamente la ciudad, donde le vemos hacer intensamente de todo menos pintar.
La idea era hacer una película de entretiempo, del momento previo al proceso creativo, que para mí es la mayor parte del tiempo, y que sin embargo casi nunca lo veo en la pantalla, casi nunca ha sido filmado. Pero no es mi vida. Realmente tiene mucho de todos los que hemos rodado la película, y tiene mucho del instante en la que la estamos rodando. Básicamente estábamos rodando un documental sobre nosotros mismos en ese momento. Pero insisto, no sobre mí, sino sobre el rodaje de esta película, o más bien sobre el no rodaje de esta película. Y sí, me gusta mucho reflejar esa especie de entreacto, de paréntesis.
Y por último, háblame sobre el amor a la ciudad. Sentimentalizas mucho los espacios, tu Madrid no es un mero escenario. Tus personajes me recuerdan a la figura del flâneur, que deambula por la ciudad, que disfruta expectante de lo que la calle le ofrece. En Los ilusos nos presentas tu espacio cotidiano, vivido, un espacio lleno de recuerdos por los que circulan los personajes. Las calles de Madrid donde has grabado parecen estar muy connotadas emocionalmente tanto para ti como para los personajes. ¿La vida de uno es el mapa de lugares por los que transita, no?
La ciudad es un personaje más. Hay una teoría de Guy Debord, la Teoría de la deriva, en la que dice que París se había echado a perder por sus grandes avenidas, ya que su encanto original eran precisamente los pequeños rincones, los cafés, los sitios donde caer borracho, perderse y ser anónimo. Madrid es una ciudad muy dada a eso, es una ciudad de recovecos. Y además es mi ciudad, y me parece que muchas veces ha sido injustamente dejada de lado por el cine español más reciente. Me gusta mucho ver en las películas los lugares habituales de los personajes, que muchas veces cuentan más de ellos que todo lo que escribas sobre su psicología.
Leí en un crítica de tu primera película que se notaba que no habías vivido mucho, y basabas tu cine en las películas que habías visto. Truffaut, sin ir más lejos, decía que prefería vivir la vida a través del cine. Desde luego mi educación sentimental, por decir algo, está construida en gran parte a través narraciones, de películas, de libros… ¿No crees que en realidad es un poco iluso esto que te han achacado?
A mi anterior película se le reprochaba que estaba muy cargada de referencias, de fragmentos de libros, de otras películas. Pero yo creo que todas esas referencias forman parte de la vida cotidiana, forman parte de nosotros mismos. Las canciones que escuchamos y las películas que hemos visto forman parte de uno mismo, de nuestro desarrollo, incluso a veces más que la educación impartida por un profesor. Yo soy fruto de todo eso, y seguramente mis películas tendrán muchas cosas de las obras que me han marcado, en muchos casos de manera inconsciente. Pero de esa crítica me molesta que se piense que la película está muerta y que sea únicamente referencial, porque no creo que sea así. Yo gasto bastante tiempo en vivir la vida, mucho más que en vivir a través del cine, aunque es verdad que mi forma de vivir el cine hace que no lo pueda desligar de la vida. El cine me motiva mucho. Las películas me dan ganas de salir, de bailar, de follar, de charlar, de ir a pasear, de hacer otra película, de emborracharme, de que me pasen cosas… Y también siento cuando, veo una película, que me están pasando esas cosas, que de alguna manera estoy viviendo las cosas que veo en la pantalla. Para mí es algo muy natural. Mi padre me ha contagiado el amor no solo por cine, sino por vida. Es una persona muy alegre, muy feliz, y aunque nunca he sentido que me obligara a meterme el cine en vena, las películas estaban en casa, y he tenido acceso a ellas. Cuando iba de pequeño a sus rodajes me parecían muy humanos, muy felices, un lugar donde la gente se relacionaba entre sí, generándose un entorno estupendo con la excusa de rodar una película.
Tu película tiene un carácter muy artesanal. Rodada en blanco en negro, en 16 mm, obtiene una textura muy especial. La imagen digital, de tan hiperreal, a veces se aleja de la realidad. En cambio, aquí los letreros que enfocas y desenfocas están hechos a mano, al igual que las aperturas y cierres en iris, por poner dos ejemplos. Todo destila un aire artesanal, mostrándose como una producción muy personal. ¿Es cuestión de supervivencia, de bajo presupuesto, o pura cuestión estética?
Son decisiones principalmente estéticas, es una película muy posibilista y práctica. Los letreros, por ejemplo, están escritos con rotulador blanco sobre metacrilato, lo cual resulta una solución barata, pero también podíamos haberlos insertado por ordenador, lo que hubiese resultado incluso más barato. Es todo por puro sentido estético, como todo en la película. Se han tomado decisiones, como hacerla en blanco y negro, para facilitar ciertas cosas. Pero siempre buscando la belleza, una belleza austera. No queríamos hacer una película fea o que produjera sensación de barata, cutre. Yo creo que puede haber belleza en las cosas hechas con poco dinero, así que me planteé jugar con los textos y los fondos. Y así fue.
Precisamente por este carácter artesanal los espectadores pueden pensar que Los Ilusos está inundada de nostalgia, pero yo creo que todos esos recursos denotan libertad formal, narrativa. Me recuerda a Arnaud Desplechin, un director que también rueda de una manera muy libre, y cuyas Rois et Reinnes o Un conte de Noël produen una sensación de frescura muy atractiva, que también encuentro en Los ilusos.
Me encanta Arnaud Desplechin. Yo creo, sin compararme con él, que somos cineastas que confiamos mucho en el cine, que creemos en el cine, en las películas. Directores para los que el cine está muy vivo, y que no tenemos esa obsesión por distinguir lo viejo de lo nuevo, lo que se puede hacer de lo que no. Nos servimos de todo, y si funciona lo utilizamos, sin más. No pienso que haya una manera de hacer cine, sino que hay que hacerlo con lo que tienes. En principio todo es válido, siempre y cuando provoque cosas y se haga en libertad, con libertad.
Incluso la distribución se ha planteado como un proceso “artesanal”, huyendo de los intermediarios. Has decidido estrenar la Cineteca (Madrid), y supongo que habrás escogido también espacios parecidos en otras ciudades, espacios orientados a la exhibición de obras alternativas que no encuentran distribución comercial. Y además haces coloquios después de los pases. Háblame un poco de esta estrategia que has elegido.
Todo esto ha salido así, no ha sido buscado. Ha sido un gesto de coherencia distribuirla de este modo, teniendo en cuenta cómo ha sido hecha. No es que piense que esto deba hacerse siempre así, ni que sea un modelo de nada. Seguramente me apetezca hacer películas con más presupuesto, me encanta la idea del cine-espectáculo, la disfruto. Pero en este caso ha salido así. Me gusta que el cine sea muy plural, no me gustan los que pretenden decir cómo hay que hacer las cosas, los que pretenden marcar la frontera entre hacerlo correctamente o de forma equivocada. Me parece una postura muy soberbia.
Me gusta mucho la disolución que haces de la frontera que separa vida y cine. Creo que en tus películas te abres en canal, y que hay mucho material autobiográfico, lo que denota que eres muy autoconsciente de cómo te afectan las cosas, que ubicas bien tus sentimientos, que te analizas. Esto de pensar en tu vida, de volcarla, exponerla, me recuerda un poco a Jonas Mekas. ¿Se trata de un acto exhibicionista, o tal vez terapéutico?
Mekas llega a filmar su salón, su vida cotidiana, a su gato, a su mujer, a su bebé correteando por el parqué… yo no he llegado a ese nivel. Me gusta que la gente sienta que plasmo mi vida en mis películas. Como espectador agradezco que otros cineastas pongan mucho de ellos mismos en sus obras. Es una manera de proyectar, de sentirnos identificados, arropados con lo que le pasa a otro a través de uno mismo. Yo juego con posibilidades de lo autobiográfico, es decir, no se trata tanto de cosas que me han pasado, sino de cosas que me podrían pasar, que me gustaría o no quisiera que me pasaran. Es algo que trabajo mucho, porque ser estrictamente autobiográfico resulta imposible. Cuando intentas recrear una cosa tal cual ha ocurrido, inmediatamente la transformas en otra. Es un poder maravilloso del cine. Dicho esto, Todas las canciones y Los ilusos son una mezcla de muchas cosas, y tienen un punto exhibicionista. Pero no son terapéuticas, en el sentido de exponer mis taras para resolverlas mientras los espectadores lo ven. No se trata de eso. Lo que intento es encontrar una manera de avanzar, de llegar a sitios, lugares, de mirar hacia delante, hacerte nuevas preguntas…
Tu peli es muy oral. Los diálogos ilustran a los personajes, las imágenes están subordinadas a la palabra. Huyes de la acción, resultando más importante la expresión, la reflexión. Se acerca más al ensayo que a los modelos melodramáticos. ¿Cuánto hay de improvisación de los actores en los diálogos?
No hay nada improvisado, no soy muy amigo de la improvisación. Puede ser que saques algo del ensayo previo, pero no me gusta nada cuando veo gente improvisando en las películas, no me gusta esa sensación. Yo les escribo los diálogos la noche anterior, o les digo en el momento que digan una cosa u otra, y lo hablamos. Pero eso de empezar a rodar y a ver que sale… no. Aunque es verdad que están escritos con cierta velocidad, que son diálogos un poco torpes, que a lo mejor no han pasado esa criba o ese filtro que existe en un guion normal. De todas formas, hay cosas que sí dejé en el montaje, como repeticiones, balbuceos, tartamudeos, dudas que tienen los actores, porque a veces el texto está poco fijado, y se muestra muy palpitante. Me gusta ver gente hablando, no tanto para que los diálogos expliquen la historia, las acciones, sino porque el gesto de hablar me emociona mucho. Y me gusta que sean digresiones, cosas que no afectan a la trama, que no la hacen avanzar. Me interesa captar y mostrar simplemente la felicidad de contar esas cosas de las que hablan. La película está mas contada que vista.
Una crítica muy interesante, tanto por las preguntas-reflexiones de la entrevistadora como por las respuestas del entrevistado. Enhorabuena!! Me apunto varias referencias…
Good!