SEXO, MENTIRAS Y 92% DESCARGADO

Estaba caminando el otro día junto a Marga, una compañera de trabajo que un par de veces había insistido en que fuésemos a comer juntos. Tras almorzar en Las Cabilas, un bar de menú a nueve euros, nada del otro mundo, regresábamos en silencio a la oficina por una calle peatonal sombreada por los árboles. Noté que ella me miraba pero no levanté la cabeza. No es que tuviera nada contra su físico, al contrario, es sólo que… ya se sabe como acaban ese tipo de flirteos, ¿verdad? Una de las dos partes no quiere flirtear y se acaba haciendo el tonto o el borde, porque teme levantar la mirada y encontrarse uno de esos Post-it con forma de corazón y alguna frase que sabes de sobra ha sido sacada de www.proverbia.net, poniendo la palabra “relación” o “amor” o vete a saber qué cosa en la barra de búsqueda. No sería la primera vez. Como caminaba mirando al suelo, me fijé en una pequeña urraca que escarbaba con el pico entre los arbustos. La miré, estaba sonriendo. Arqueó las cejas intentando decirme algo, como si yo pudiese comprender ese código de arrugas horizontales de su frente. “¿De qué te ríes?”, le pregunté. Con aire pícaro, Marga señaló con la barbilla a la urraca y me dijo “¿en serio no has visto ese episodio de Boardwalk Empire?”

¿Eh?

Lo siento, pero mi padre nos inculcó una arraigada creencia en lo público: colegio público, seguridad social, instituto público, universidad pública, televisión pública, agua del grifo. “Esto no es gratis, todo esto lo pagamos con impuestos” era uno de sus mantras, junto al “no es más limpio quien más limpia sino quien menos ensucia” aplicado a mi habitación. Fui franco con Marga y confesé que nunca había visto esa serie, que sólo veía televisión pública. Medio minuto después, ella inventó, de forma ostensible, una excusa para llamar a alguien por el móvil y me dejó a solas con la urraca, que comenzó a emitir un graznido que, para mi gusto, se parecía demasiado a una risa humana. Increíble, pero cierto. Decirle a una mujer que no sólo ves la televisión pública, sino que disfrutas haciéndolo es una estrategia fantástica para librarte de ella. El problema, pensé, llegará cuando alguien de quien no quiera librarme me lo pregunte. ¿Tan importante es eso para la gente? ¿Es necesario que las amigas de tu novia sepan no sólo cómo eres en la cama sino también delante del televisor? Sí, lo sé, lo sé, es muy cool decir cool en lugar de guay y es muy guay decir que no ves la tele. Mi compañero de piso sustituye ahora conscientemente “cool” por “guay del paraguay” porque, según él, estamos ante el advenimiento de un revival kitsch de los años 90. ¿Es este el mundo de gilipolleces en que queremos vivir? ¿de verdad?

Estaba hablando de la tele. No sé por qué la pública está tan mal vista y, en cambio, ver series rollo HBO es la hostia, socialmente. Quiero decir, lo entendería si aquellos que ven esas series realizasen un sacrificio en pos del disfrute, como las personas que se leen Ulises o El Arcoiris de Gravedad o hacen castillos de naipes, pero gente como mi compañero de piso, venga ya, ¿qué ha sacrificado él más allá del tiempo no empleado en masturbarse? ¡Y ni siquiera ha tenido que gastar una fortuna, todo ha salido del megaupload! Señor historiador del siglo XXIII que acaba de descubrir esta página web enterrada en el cripto-ciberespacio, apunte esto: En el año 2011 de Nuestro Señor es imposible salir a tomar una cerveza por Madrid, España y socializar con un grupo de seres humanos si no sigues con asiduidad alguna serie rollo HBO. Antes de sorber la espuma de la caña alguien, como mi compañero de piso, como Marga, dirá que esa mierda de perro bajo el columpio le recuerda a un episodio de The Wire y pronto usted o yo, consumidores ocasionales de televisión de toda la vida estaremos flotando sin oxígeno en mitad del vacío social. Irremediablemente.

No, esto no es un alegato en contra de la cultura libre en internet, ¿lo parecía? No, disculpen, ese tema no me importa una mierda: esto sólo es una lanza rota a favor de nuestra televisión pública. No me refiero sólo a TVE, sino a la que se puede ver gratis, ya saben, los Seis Canales. A día de hoy, la televisión pública sólo tiene UN problema. Exacto, es la telebasura. Ojo, no la existencia o presencia de telebasura, sino su pésima señalización:

1) Nuestro programa A se emite entre las 12 de la mañana y las 5 de la tarde, es decir, en horario infantil en una televisión privada de emisión nacional. El presentador hace gala de su petardeo y su homosexualidad y está rodeado de un núcleo de colaboradores que no cuentan con la cualificación profesional requerida por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (F.A.P.E.) y entre los que se hallan concursantes de Gran Hermano, sagas fraternales de cocainómanos, videntes, viudas de millonarios, ex-cantantes alcohólicas o aristócratas sementales necesitados de cuartos y con los que incluso Ana Obregón se niega a volver. Los temas son siempre polémicos, no aptos para niños y tratados de una forma sensacionalista, se profieren insultos y comentarios racistas, sexistas o, directamente, subnormales. Esto es lo CORRECTO, es telebasura BIEN señalizada: uno pone Telecinco a las 16:00 y ve a Kiko Hernández llamando “puta” a una rubia color naranja y tiene muy claro, muy-muy claro lo que está viendo.

2) Nuestro programa B se emite entre las 12 de la mañana y las 5 de la tarde, es decir, en horario infantil en una televisión privada de emisión nacional. El presentador hace gala de su carácter anodino y su asexualidad y está rodeado de un núcleo de colaboradores que cuentan con la cualificación profesional requerida por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (F.A.P.E.), todos excepto las tías buenas que presentan los deportes o el tiempo. Los temas son siempre polémicos, no aptos para niños, insuficientemente tratados o de forma sensacionalista, frívolos, insustanciales, infantilizados, se profieren insultos y comentarios subnormales. Esto es lo INCORRECTO, telebasura NO señalizada a.k.a. Informativos a.k.a. Telenoticias donde cada día se emite un montón de detritus informativo: muertes, accidentes, explosiones, robos de cobre, peleas entre gitanos donde el presentador del informativo se cuida de decir “etnias” en lugar de “gitanos” pero estas etnias dicen igualmente en el vídeo “guarra hija de puta te voy a cortar el cuello” y todo esto y más se vuelca inadvertidamente sobre cerebros que no estaban preparados, que esperaban otra cosa, que esperaban algo. Y lo irónico es la cantidad de premios periodísticos que reciben Pedro Piqueras y Matías Prats, con sus trajes impecables, sus corbatas no estridentes, su peinado y su aspecto de limpiar su Seat Toledo los domingos… ¡Durante tantos años nos han engañado esos genocidas del rigor y la inteligencia del espectador!

Así que ese episodio de Boardwalk Empire. El tema volvió a salir en el bar Iberia, tomando una cerveza con mi compañero de piso. Me dijo que la serie sólo tenía una docena de episodios, y esa revelación coincidía con la llegada de la primavera y bueno… sí, en definitiva, había que intentarlo con Marga, merecía la pena. Así que me vi los episodios, un poco a regañadientes. Salía ese actor que sale como secundario en un montón de películas buenas, el mítico Steve Bolsoni. Mucho casino, mucho rollo pero ni rastro de la urraca. ¿Se estaba quedando conmigo Marga? Tal y como lo dijo aquel día, la serie debería empezar cada capítulo con una urraca gigante para hacer honor a la referencia, pero ni rastro del pájaro. Gaviotas. Así que una mañana la abordé junto a la máquina de café y le pregunté qué era eso del pájaro y ella negó con la cabeza. “¿No te acuerdas? Aquel día que fuimos a comer… Boardwalk Empire… la urraca”. Marga dijo que estaba confundido, que no era Boardwalk Empire. “Creo que me refería a Deadwood, seguramente te confundiste de serie”. Qué coño Deadwood, pensé, si jamás había escuchado ese puto nombre hasta que lo dijo. El caso es que, volviendo a mirar al suelo, me puse a caminar hacia mi escritorio para mandar a Marga a tomar por saco con mucha sutileza. Era la segunda vez que usaba esta táctica con ella, estaba claro que no iba a funcionar.

El siguiente fin de semana salí con mi compañero de piso y dos amigas suyas, con las que había quedado en una terraza en Lavapiés. Ellas estaban haciendo un máster de gestión cultural en la Complutense, una incluso había recibido una beca en la Residencia de Estudiantes, era artista visual o algo así. No eran muy agraciadas pero esto es algo que pensé a las once y cuarto. Cuando llegamos estaban hablando sobre lo irrisorio que era el precio del crédito universitario en España y si eso era bueno o malo pero pronto miraron a mi compañero de piso y le preguntaron si había terminado con la tercera de Perdidos. “Qué va”, dijo él, y me presentó a las chicas. Les di dos besos y antes de que pudieran inferir algo sobre mi vida les hablé de Boardwalk Empire. Me gusta cómo suena, cómo se llena la boca con esa B inicial y se va abriendo y tensando cada vez más para crear entonces un movimiento descendente que golpea en la P de Empire como el badajo de una campana. Las chicas abrieron los ojos de par en par. Creía poder comprender toda esta fiebre por las series, de hecho, me sentía un poco parte de esta nueva burguesía. Era como una elite de intelectuales de toda la vida, sólo que aquí el libro favorito de todo el mundo era El Principito de Saint Exupéry (chicas) y La Metamorfosis de Kafka o El Extranjero de Camus (chicos), clásicos universales de las letras que, casualmente, tienen alrededor de cien páginas. Para formar parte de esta aristocracia sólo hacía falta saberse al dedillo todos esos argumentos y, eso sí, venderlos como las grandes historias del siglo. Esta elite sociocultural tiene una ventaja evidente con respecto a la anterior: los miembros son mucho más atractivos que en el viejo sistema. En parte porque no necesitan pasar horas dentro de una biblioteca y por tanto convertirse en un ser fofo y blanquecino para pertenecer de facto a la Orden; aquí los miembros salen, se divierten, se drogan y cenan a las 2 de la mañana un paquete de Special K en el sofá mientras su membresía a esta burguesía del pensamiento moderno se intensifica. Imagina hacer eso con Los Hermanos Karamazov, ¡pasarían décadas sin que nos acercáramos a un vodka-tonic! Además, qué cojones, tenemos que asumir que las novelas pertenecen al siglo XIX y las películas al XX, pero ahora los grandes templos del pensamiento se almacenan en Youtube y aparecen aleatoriamente. Dos horas de vídeos de internet nos proporcionan más información que cincuenta Quijotes, además, el cine, bah, el cine es un dinosaurio al que Hollywood no puede sacar una gota más de sangre, la narrativa ahora está en las series, y no en cualquier serie, ojo, sino en las de rollo HBO ¿No has escuchado a Carlos Boyero? ¡Él se duerme en los festivales y sin embargo tiene erecciones con la HBO, erecciones! Boardwalk Empire, por ejemplo, ¿la conoces, no? ¿No la conoces? Espera un segundo, ¿quieres otra copa? ¿qué bebes? Espera un momento, espera. No, no me estaba riendo de ti, perdona. Es esa mierda de perro bajo el columpio, es muy graciosa. Me recuerda a… bueno, ya sabes ¿no? Claro, a Deadwood. ¿Oye, qué tienes ahí, es un lunarcito? ¿Dónde, cómo que dónde? En esa boquita que tienes, tan bonita. Vaya, no me digas. No sabía que eras tan tímida.

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